DEL TRIUNFALISMO
AL COMPLEJO DE CULPA Y AL DERROTISMO
AL COMPLEJO DE CULPA Y AL DERROTISMO
El diálogo no consiste en exagerar los propios errores y poner en un pedestal al interlocutor. Además, no todos aceptan el diálogo. Frente a este situación, no valen las excusas, los pretextos ni los sofismas. Hay que hacer algo para que el católico se mantenga firme en su fe, antes de que el continente de la esperanza se convierta en el «continente de la pesadilla».
De un exceso a otro
¿Quién no recuerda a aquella afirmación tan incisiva y lapidaria: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación»? Claro que tenía su sentido profundo que habría que explicar. Se refería al aspecto objetivo de la salvación, que pasa por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, si alguien conscientemente rechazaba la Iglesia, se ponía al margen de la salvación. Sin embargo, dejada así la frase, sin ninguna explicación, parecería un gesto de repudio hacia cualquier otro camino de salvación y se volvía en la máxima expresión del triunfalismo católico.
De allí se pasó al lado opuesto. Se brincó de la Iglesia al Reino de Dios, se dio énfasis al concepto de «semillas del Verbo», presentes en cualquier cultura, y se relativizaron todos los caminos de salvación, haciendo de la Iglesia Católica un camino cualquiera en el conjunto de las grandes religiones y de las expresiones del mismo cristianismo. Al mismo tiempo y de una forma consciente, se vanificó el concepto de misión, vista como injerencia indebida y perturbadora de parte de la Iglesia en el camino que cada pueblo y cada cultura está recorriendo hacia Dios.
Según mi opinión, aquí esta una clave muy importante para interpretar la historia de la Iglesia en los últimos decenios, con el derrumbe del espíritu misionero y la pérdida de las defensas frente a las nuevas propuestas religiosas interpretadas siempre en un sentido positivo al interior de la misma Iglesia.
Los malos de la película
Y no faltaron los sofismas para justificarlo todo. Se dijo: «Si los católicos se salen de la Iglesia y se van con otros grupos religiosos, es porque allá encuentran algo mejor, como pasa cuando alguien deja de frecuentar un restaurant para ir a otro. Lo hace porque el otro restaurant le ofrece algo mejor».
Así que, «los demás ofrecen algo mejor»; «nosotros somos los malos de la película, ellos son los buenos». No se hizo ningún intento por buscar otras explicaciones al inquietante fenómeno del crecimiento sectario. No se alcanzó que detrás de una pantalla de bondad, había un proselitismo tenaz, feroz y sin escrúpulo, utilizando métodos ilícitos y hasta inmorales. Se llegó a crear la impresión de que lo que hacían las sectas era puro fervor religioso y espíritu misionero. Claro que, si algún católico hacía lo mismo, de inmediato era tachado de ser fanático y representar un peligro para la paz pública.
Examinando la historia, los católicos eran presentados como los verdugos y los demás como víctimas. Por lo tanto, era lógico pedirles perdón. Nunca sospecharon esos señores la posibilidad de que también del otro lado puedo haber habido alguna culpa y que por lo tanto ellos (sus sucesores evidentemente) se decidieran a pedir perdón.
Complejo de culpa, relativismo religioso, derrotismo, esfuerzo por justificarlo todo... derrumbe. Falsos profetas de ayer, hoy y siempre.
Palabrería inútil
Para muchos «expertos» en el problema de las sectas, casi todo se esfumó en una palabrería inútil: si era correcto hablar de sectas o era mejor hablar de nuevos movimientos religiosos libres; se estaba bien o era ofensivo hablar de sectas protestantes, puesto que el protestantismo era una cosa y las sectas otra, aunque tuvieran muchos elementos en común; si los grupos pentecostales podían llamarse sectas, puesto que su bautismo es válido y creen en la Trinidad; si no sería más conveniente utilizar la palabra, secta solamente para los grupos no cristianos, etc., etc.
Conclusión: «Cuando hablamos de sectas, nos estamos refiriendo solamente a los grupos no cristianos o semicristianos, como son los testigos de Jehová, los mormones y los adventistas del séptimo día. No nos estamos refiriendo a los grupos pentecostales o evangélicos, que son iglesias y con los cuales tenemos un diálogo ecuménico». Y no se dieron cuenta de que los pentecostales representan el 70% de las sectas que están presentes en América latina, y que el «Plan Amanecer» para la conquista evangélica del mundo, está hecho precisamente por lo «evangélicos».
Así que, seamos más sinceros y realistas, mis queridos «expertos». Dejemos a un lado los sofismas y vayamos a la realidad. Pan al pan y vino al vino. Además, ¿qué me importa a mi, se encaja mejor un palabra que otra? Aquí el problema es: «¿Cómo ayudar al católico a permanecer firme en su fe, sin dejarse confundir por otras propuestas religiosas?» Lo que sobra, viene del demonio y no sirve más que para confundir las cosas.
Crónica de una derrota anunciada.
Cuando los obispos de México me pusieron al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe), un «experto» en la materia me dijo:
«Tu tarea será la de tener al día las estadísticas acerca del avance de las sectas»;
en otras palabras, ser el cronista de la derrota católica.
«En aquel año los católicos éramos el tanto por ciento; después bajamos al tanto por ciento; ahora somos el tanto por ciento. De aquí a tantos años se calcula que seremos minoría. Así que, señores obispos vayan pensando qué hace con tantos templos que van a quedar desocupados». ¡Qué bonito papel para un «experto en sectas»!
Evidentemente, no le hice caso, me arremangue las mangas y me lancé a la ardua tarea de conscientizar al pueblo católico acerca del fenómeno sectario y la manera de hacerle frente. De hecho, donde se llegó a trabajar, las sectas se estancaron y empezó un flujo constante de ex católicos hacia la Iglesia.
Que bueno que haya expertos en estadísticas y en investigaciones para profundizar los distintos fenómenos sociales. Pero, hacer consistir en esto nuestro papel con relación al avance de las sectas, es un absurdo. Es tratar al pueblo católico como tierra de nadie. Pleno liberalismo religioso. «Vengan, inviertan en el pueblo católico sus recursos materiales y espirituales. Verán que sus esfuerzos serán redituables. Ni modo. Nosotros no contamos con los recursos suficientes para atender a nuestro pueblo. Vengan ustedes que tienen más experiencia en la evangelización y más recursos económicos. El pueblo católico está a su disposición. En el fondo todo es lo mismo, ecumenismo».
Por eso se llega a hablar de «maneras diferentes», «confesiones diferentes», como si se tratara de un simple problema de terminología y no de fidelidad a Cristo y a su Evangelio. A esos señores les digo: «En lugar de entregar el pueblo católico con tanta facilidad en las manos de estos falsos pastores, ¿por qué no hacen ustedes el esfuerzo por apacentarlo mejor tratando de ser más creativos? En lugar de pensar en la derrota, ¿por qué no hacen el intento de pensar en la victoria? ¿Acaso desconfían del poder de Dios para proteger a su Iglesia? ¿No será un problema de fe?»
Me temo que aquí está realmente la raíz de todo el problema: la falta de fe. En este caso, ni las palabras ni los métodos ni las más profundas elucubraciones teológicas podrán resolver nada. La enfermedad es más grave de lo que parece.
Actores,
no simple espectadores
No tenemos que abordar el problema de las sectas como simples espectadores, limitándonos a gritar, aplaudir o llorar. Tenemos que convencernos de que no se trata de una fatalidad, contra la cual no se puede hacer nada. Se trata simplemente de un momento difícil, en el cual se está luchando por adaptar al mundo de hoy el aparato ministerial de la Iglesia, propio de épocas pasadas y, por lo tanto, inadecuado para las circunstancias actuales. Pues bien, las sectas se están aprovechando de este momento de debilidad para atacarnos y sacar de la Iglesia a cuanta más gente sea posible.
Ahora bien, de parte nuestra, lo que tenemos que hacer es resistir a este embate, detener el avance las sectas, no perder terreno. Con el tiempo, seguramente la Iglesia se irá reestructurando, conjugando oportunamente la fidelidad al Evangelio y la respuesta a las exigencias del hombre de hoy.
Se trata de fe y entrega, ideas claras y compromiso. La historia no empezó ni termina hoy. Tenemos dos mil años de experiencia. Hemos superado crisis más graves.
Las sectas, al no tener pasado, se lanzan a la conquista religiosa del mundo, dando a la gente lo que la gente les pide. Tantas sectas cuantos gustos hay. Si les va bien, siguen adelante. Si les va mal, se deshacen y vuelven a presentarse con otro membrete. En ellas hay de todo: fervor religioso y fanatismo; convicción y lavado de cerebro; sinceridad e hipocresía; amor y odio... no como algo accidental, inherente a la naturaleza humana, sino como sistema de vida y método de conquista, se trata esencialmente de un Evangelio manipulado, adaptado al bienestar personal y a los fines proselitistas. Así que, las sectas no son tan buenas como quieren darnos a entender sus integrantes o algunos simpatizantes católicos. ¡Ay de nosotros, si San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán se hubieran dejado llevar por las estadísticas, los porcentajes o las tasas de crecimiento de los enemigos de la fe católica, sin mover ni un dedo para cambiar el rumbo de los acontecimientos!.
Al contrario, ellos creyeron en sí mismo, en su capacidad de «hacer historia», y se lanzaron. Y muchas cosas cambiaron.
Esto es lo que pretendemos hacer nosotros ahora; no ser simples espectadores, echándole la culpa al destino, a los tiempos, a los gobiernos, a los Estados Unidos o a la jerarquía eclesiástica por lo que está pasando.
Queremos, más bien, ser actores, intervenir, hablar, convencer, movilizar, ser antenas que reciben y transmiten señales, siempre listos para descubrir los «signos de los tiempo». Rechazamos, por lo tanto, la pasividad y el derrotismo. Nos oponemos a los falsos profetas, que dicen: «Seguridad y paz», cuando hay peligro y guerra. Estamos convencidos de que podemos y debemos cambiar el rumbo de los acontecimientos... influir en la historia.
Sano realismo
Dejémonos de pretextos. Que quede bien claro: no estamos en contra del dialogo. El problema consiste en el hecho que no todos aceptan el diálogo. Entonces, ¿Qué hacer con relación a los que no aceptan el diálogo y siguen poniendo en peligro la fe de nuestros hermanos católicos? ¿No se puede hacer nada? Aquí está el problema.
Si un ejército enemigo invade nuestras tierras, ¿qué tenemos que hacer?¿ es suficiente enviar embajadores, pidiendo la paz? ¿Y si no aceptan la paz y siguen avanzando? Decían los Romanos: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Pues bien, si queremos que las sectas dejen de molestarnos, tenemos que preparar a los católicos de manera tal que puedan «resistir» a sus embates, bien conscientes de identidad, como miembros de aquella única Iglesia que fundo Cristo y que llegará hasta el fin del mundo.
Diálogo con los que aceptan dialogar, sean cristianos (ecumenismo) miembros de las grandes religiones (diálogo interreligioso) o no creyentes; defensa de la fe con relación a los que atacan, sean cristianos, seguidores de las grandes religiones o no creyentes. De todos modos, el conocimiento de la propia identidad como católicos es siempre útil, sea para vivir mejor la propia fe, sea para dialogar y sea para defenderla de los que quieren atacar. En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera.
Otro error ha sido el de la perspectiva: se vio el problema desde arriba, como si se tratara de un asunto que habría que resolver entre las distintas autoridades religiosas o los exponentes de los grandes movimientos culturales. No se dieron cuenta de que los tiempos cambiaron ya no estamos como el tiempo de la reforma, cuando las cosas se solucionaban desde arriba entre autoridades civiles y religiosas. Hoy las decisiones se toman en la calle y cada uno decide por su cuenta. Por lo tanto, hay que enfocar el problema desde la base y no desde el vértice. Hay que cambiar de perspectiva. Hoy cada católico tiene que estar preparado para «dar razón de su esperanza» (1Pe 3,15).
Así que, seamos menos dogmáticos y más prácticos. Nos guste o no nos guste, es necesaria la defensa de la fe o apologética. Esta es como la ropa interior que nadie menciona, pero que todos necesitan. Dejémonos, por lo tanto, de falsos pudores y aprendamos a llamar las cosas por su nombre. En realidad, ¿qué es la apologética? Es el arte de defender la propia fe ante los ataques, vengan de donde venga. ¿Qué hay de malo en esto? ¿Nunca oyeron hablar de legítima defensa? Hace mal el que ataca, no el que se defiende. ¿O no?
Por lo tanto, si los demás están en contra de la apologética se sienten tan seguros de su fe, ¿por qué no hacen algo para ayudar a los débiles en la fe? Y si se sienten tan abiertos hacia los de afuera, ¿por qué no lo son hacia los de adentro, que tienen necesidades y opiniones diferentes?
Conclusión
Las sectas nos están invadiendo. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? Cuidado: si seguimos así, pronto nuestro continente, en lugar de ser el «continente de la esperanza», se podrá volver en el «continente de la pesadilla». Depende de nosotros luchar para que esto no suceda.
De un exceso a otro
¿Quién no recuerda a aquella afirmación tan incisiva y lapidaria: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación»? Claro que tenía su sentido profundo que habría que explicar. Se refería al aspecto objetivo de la salvación, que pasa por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, si alguien conscientemente rechazaba la Iglesia, se ponía al margen de la salvación. Sin embargo, dejada así la frase, sin ninguna explicación, parecería un gesto de repudio hacia cualquier otro camino de salvación y se volvía en la máxima expresión del triunfalismo católico.
De allí se pasó al lado opuesto. Se brincó de la Iglesia al Reino de Dios, se dio énfasis al concepto de «semillas del Verbo», presentes en cualquier cultura, y se relativizaron todos los caminos de salvación, haciendo de la Iglesia Católica un camino cualquiera en el conjunto de las grandes religiones y de las expresiones del mismo cristianismo. Al mismo tiempo y de una forma consciente, se vanificó el concepto de misión, vista como injerencia indebida y perturbadora de parte de la Iglesia en el camino que cada pueblo y cada cultura está recorriendo hacia Dios.
Según mi opinión, aquí esta una clave muy importante para interpretar la historia de la Iglesia en los últimos decenios, con el derrumbe del espíritu misionero y la pérdida de las defensas frente a las nuevas propuestas religiosas interpretadas siempre en un sentido positivo al interior de la misma Iglesia.
Los malos de la película
Y no faltaron los sofismas para justificarlo todo. Se dijo: «Si los católicos se salen de la Iglesia y se van con otros grupos religiosos, es porque allá encuentran algo mejor, como pasa cuando alguien deja de frecuentar un restaurant para ir a otro. Lo hace porque el otro restaurant le ofrece algo mejor».
Así que, «los demás ofrecen algo mejor»; «nosotros somos los malos de la película, ellos son los buenos». No se hizo ningún intento por buscar otras explicaciones al inquietante fenómeno del crecimiento sectario. No se alcanzó que detrás de una pantalla de bondad, había un proselitismo tenaz, feroz y sin escrúpulo, utilizando métodos ilícitos y hasta inmorales. Se llegó a crear la impresión de que lo que hacían las sectas era puro fervor religioso y espíritu misionero. Claro que, si algún católico hacía lo mismo, de inmediato era tachado de ser fanático y representar un peligro para la paz pública.
Examinando la historia, los católicos eran presentados como los verdugos y los demás como víctimas. Por lo tanto, era lógico pedirles perdón. Nunca sospecharon esos señores la posibilidad de que también del otro lado puedo haber habido alguna culpa y que por lo tanto ellos (sus sucesores evidentemente) se decidieran a pedir perdón.
Complejo de culpa, relativismo religioso, derrotismo, esfuerzo por justificarlo todo... derrumbe. Falsos profetas de ayer, hoy y siempre.
Palabrería inútil
Para muchos «expertos» en el problema de las sectas, casi todo se esfumó en una palabrería inútil: si era correcto hablar de sectas o era mejor hablar de nuevos movimientos religiosos libres; se estaba bien o era ofensivo hablar de sectas protestantes, puesto que el protestantismo era una cosa y las sectas otra, aunque tuvieran muchos elementos en común; si los grupos pentecostales podían llamarse sectas, puesto que su bautismo es válido y creen en la Trinidad; si no sería más conveniente utilizar la palabra, secta solamente para los grupos no cristianos, etc., etc.
Conclusión: «Cuando hablamos de sectas, nos estamos refiriendo solamente a los grupos no cristianos o semicristianos, como son los testigos de Jehová, los mormones y los adventistas del séptimo día. No nos estamos refiriendo a los grupos pentecostales o evangélicos, que son iglesias y con los cuales tenemos un diálogo ecuménico». Y no se dieron cuenta de que los pentecostales representan el 70% de las sectas que están presentes en América latina, y que el «Plan Amanecer» para la conquista evangélica del mundo, está hecho precisamente por lo «evangélicos».
Así que, seamos más sinceros y realistas, mis queridos «expertos». Dejemos a un lado los sofismas y vayamos a la realidad. Pan al pan y vino al vino. Además, ¿qué me importa a mi, se encaja mejor un palabra que otra? Aquí el problema es: «¿Cómo ayudar al católico a permanecer firme en su fe, sin dejarse confundir por otras propuestas religiosas?» Lo que sobra, viene del demonio y no sirve más que para confundir las cosas.
Crónica de una derrota anunciada.
Cuando los obispos de México me pusieron al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe), un «experto» en la materia me dijo:
«Tu tarea será la de tener al día las estadísticas acerca del avance de las sectas»;
en otras palabras, ser el cronista de la derrota católica.
«En aquel año los católicos éramos el tanto por ciento; después bajamos al tanto por ciento; ahora somos el tanto por ciento. De aquí a tantos años se calcula que seremos minoría. Así que, señores obispos vayan pensando qué hace con tantos templos que van a quedar desocupados». ¡Qué bonito papel para un «experto en sectas»!
Evidentemente, no le hice caso, me arremangue las mangas y me lancé a la ardua tarea de conscientizar al pueblo católico acerca del fenómeno sectario y la manera de hacerle frente. De hecho, donde se llegó a trabajar, las sectas se estancaron y empezó un flujo constante de ex católicos hacia la Iglesia.
Que bueno que haya expertos en estadísticas y en investigaciones para profundizar los distintos fenómenos sociales. Pero, hacer consistir en esto nuestro papel con relación al avance de las sectas, es un absurdo. Es tratar al pueblo católico como tierra de nadie. Pleno liberalismo religioso. «Vengan, inviertan en el pueblo católico sus recursos materiales y espirituales. Verán que sus esfuerzos serán redituables. Ni modo. Nosotros no contamos con los recursos suficientes para atender a nuestro pueblo. Vengan ustedes que tienen más experiencia en la evangelización y más recursos económicos. El pueblo católico está a su disposición. En el fondo todo es lo mismo, ecumenismo».
Por eso se llega a hablar de «maneras diferentes», «confesiones diferentes», como si se tratara de un simple problema de terminología y no de fidelidad a Cristo y a su Evangelio. A esos señores les digo: «En lugar de entregar el pueblo católico con tanta facilidad en las manos de estos falsos pastores, ¿por qué no hacen ustedes el esfuerzo por apacentarlo mejor tratando de ser más creativos? En lugar de pensar en la derrota, ¿por qué no hacen el intento de pensar en la victoria? ¿Acaso desconfían del poder de Dios para proteger a su Iglesia? ¿No será un problema de fe?»
Me temo que aquí está realmente la raíz de todo el problema: la falta de fe. En este caso, ni las palabras ni los métodos ni las más profundas elucubraciones teológicas podrán resolver nada. La enfermedad es más grave de lo que parece.
Actores,
no simple espectadores
No tenemos que abordar el problema de las sectas como simples espectadores, limitándonos a gritar, aplaudir o llorar. Tenemos que convencernos de que no se trata de una fatalidad, contra la cual no se puede hacer nada. Se trata simplemente de un momento difícil, en el cual se está luchando por adaptar al mundo de hoy el aparato ministerial de la Iglesia, propio de épocas pasadas y, por lo tanto, inadecuado para las circunstancias actuales. Pues bien, las sectas se están aprovechando de este momento de debilidad para atacarnos y sacar de la Iglesia a cuanta más gente sea posible.
Ahora bien, de parte nuestra, lo que tenemos que hacer es resistir a este embate, detener el avance las sectas, no perder terreno. Con el tiempo, seguramente la Iglesia se irá reestructurando, conjugando oportunamente la fidelidad al Evangelio y la respuesta a las exigencias del hombre de hoy.
Se trata de fe y entrega, ideas claras y compromiso. La historia no empezó ni termina hoy. Tenemos dos mil años de experiencia. Hemos superado crisis más graves.
Las sectas, al no tener pasado, se lanzan a la conquista religiosa del mundo, dando a la gente lo que la gente les pide. Tantas sectas cuantos gustos hay. Si les va bien, siguen adelante. Si les va mal, se deshacen y vuelven a presentarse con otro membrete. En ellas hay de todo: fervor religioso y fanatismo; convicción y lavado de cerebro; sinceridad e hipocresía; amor y odio... no como algo accidental, inherente a la naturaleza humana, sino como sistema de vida y método de conquista, se trata esencialmente de un Evangelio manipulado, adaptado al bienestar personal y a los fines proselitistas. Así que, las sectas no son tan buenas como quieren darnos a entender sus integrantes o algunos simpatizantes católicos. ¡Ay de nosotros, si San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán se hubieran dejado llevar por las estadísticas, los porcentajes o las tasas de crecimiento de los enemigos de la fe católica, sin mover ni un dedo para cambiar el rumbo de los acontecimientos!.
Al contrario, ellos creyeron en sí mismo, en su capacidad de «hacer historia», y se lanzaron. Y muchas cosas cambiaron.
Esto es lo que pretendemos hacer nosotros ahora; no ser simples espectadores, echándole la culpa al destino, a los tiempos, a los gobiernos, a los Estados Unidos o a la jerarquía eclesiástica por lo que está pasando.
Queremos, más bien, ser actores, intervenir, hablar, convencer, movilizar, ser antenas que reciben y transmiten señales, siempre listos para descubrir los «signos de los tiempo». Rechazamos, por lo tanto, la pasividad y el derrotismo. Nos oponemos a los falsos profetas, que dicen: «Seguridad y paz», cuando hay peligro y guerra. Estamos convencidos de que podemos y debemos cambiar el rumbo de los acontecimientos... influir en la historia.
Sano realismo
Dejémonos de pretextos. Que quede bien claro: no estamos en contra del dialogo. El problema consiste en el hecho que no todos aceptan el diálogo. Entonces, ¿Qué hacer con relación a los que no aceptan el diálogo y siguen poniendo en peligro la fe de nuestros hermanos católicos? ¿No se puede hacer nada? Aquí está el problema.
Si un ejército enemigo invade nuestras tierras, ¿qué tenemos que hacer?¿ es suficiente enviar embajadores, pidiendo la paz? ¿Y si no aceptan la paz y siguen avanzando? Decían los Romanos: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Pues bien, si queremos que las sectas dejen de molestarnos, tenemos que preparar a los católicos de manera tal que puedan «resistir» a sus embates, bien conscientes de identidad, como miembros de aquella única Iglesia que fundo Cristo y que llegará hasta el fin del mundo.
Diálogo con los que aceptan dialogar, sean cristianos (ecumenismo) miembros de las grandes religiones (diálogo interreligioso) o no creyentes; defensa de la fe con relación a los que atacan, sean cristianos, seguidores de las grandes religiones o no creyentes. De todos modos, el conocimiento de la propia identidad como católicos es siempre útil, sea para vivir mejor la propia fe, sea para dialogar y sea para defenderla de los que quieren atacar. En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera.
Otro error ha sido el de la perspectiva: se vio el problema desde arriba, como si se tratara de un asunto que habría que resolver entre las distintas autoridades religiosas o los exponentes de los grandes movimientos culturales. No se dieron cuenta de que los tiempos cambiaron ya no estamos como el tiempo de la reforma, cuando las cosas se solucionaban desde arriba entre autoridades civiles y religiosas. Hoy las decisiones se toman en la calle y cada uno decide por su cuenta. Por lo tanto, hay que enfocar el problema desde la base y no desde el vértice. Hay que cambiar de perspectiva. Hoy cada católico tiene que estar preparado para «dar razón de su esperanza» (1Pe 3,15).
Así que, seamos menos dogmáticos y más prácticos. Nos guste o no nos guste, es necesaria la defensa de la fe o apologética. Esta es como la ropa interior que nadie menciona, pero que todos necesitan. Dejémonos, por lo tanto, de falsos pudores y aprendamos a llamar las cosas por su nombre. En realidad, ¿qué es la apologética? Es el arte de defender la propia fe ante los ataques, vengan de donde venga. ¿Qué hay de malo en esto? ¿Nunca oyeron hablar de legítima defensa? Hace mal el que ataca, no el que se defiende. ¿O no?
Por lo tanto, si los demás están en contra de la apologética se sienten tan seguros de su fe, ¿por qué no hacen algo para ayudar a los débiles en la fe? Y si se sienten tan abiertos hacia los de afuera, ¿por qué no lo son hacia los de adentro, que tienen necesidades y opiniones diferentes?
Conclusión
Las sectas nos están invadiendo. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? Cuidado: si seguimos así, pronto nuestro continente, en lugar de ser el «continente de la esperanza», se podrá volver en el «continente de la pesadilla». Depende de nosotros luchar para que esto no suceda.
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