miércoles, 11 de agosto de 2010

COMO EL PROFETA JEREMIAS

Nunca faltarán los falsos profetas, siempre dispuestos a estar de acuerdo con todos, atraídos por el prestigio y la comodidad. Así el pueblo queda siempre más desamparado frente a la embestida del enemigo. Es lo que está pasando con el problema de las sectas.

Por el P. Flaviano Amatulli Valente

Falsas esperanzas
Gritar y gritar, poner en guardia, suplicar... y no ser escuchado, hasta no ver con los propios ojos el derrumbe del pueblo de Dios en muchos lugares, por culpa de gente irresponsable que anuncia "visiones falsos": ésta ha sido la historia de muchos profetas del pasado y ésta ha sido y sigue siendo mi historia.
Recuerdo que antes de empezar mi experiencia misionera entre los indígenas chinantecos del estado de Oaxaca (México), al mencionar en un encuentro eclesial el peligro de las sectas, escuché este comentario: «Aquí, entre los indígenas, las sectas no representan un verdadero peligro. ¿Cuándo lograrán quitarles a nuestros inditos las imágenes de los santos?». Así que, según esta opinión, compartida por muchos, el apego de los indígenas hacia sus imágenes iba a representar el principal baluarte para la preservación de su fe católica.
¿Y qué pasó? Que llegaron las sectas, atacaron directamente a las imágenes, privándolas de su magia cautivadora, y la fe católica se derrumbó. Comunidades enteras cambiaron de rostro. En lugar de pensar en una seria reestructuración de la pastoral, enfrentando seriamente el problema de la ignorancia religiosa, se fueron por la tangente, al considerar precisamente la ignorancia religiosa como garantía de defensa contra la invasión de las sectas. Al estilo de muchos políticos, que, en lugar de luchar para sacar al pueblo de su ignorancia, tratan de hundirlo siempre más, para seguir explotándolo, precisamente a causa de su ignorancia.
Parece una locura considerar a la ignorancia como aliada para luchar en contra del error. ¿No sería mucho mejor confiar en el «esplendor de la verdad» y luchar con todos los medios para llevar a todos la luz del Evangelio y así prevenir al pueblo contra el peligro de la mentira y el engaño?
Ni modo. Nunca han faltado y nunca faltarán los falsos profetas, que hablan por su cuenta, no de parte de Dios, para agradar, quitar preocupaciones, hacer que la gente se sienta bien... y vivir del presupuesto. En lugar de enfrentar seriamente los problemas, prefieren alimentar falsas esperanzas. Lo que, sin duda, resulta mucho más cómodo para todos.
Cuántas veces he oído repetir: «Este pueblo es muy mariano. Nunca la Virgen permitirá que las sectas avancen». En lugar de ver qué se puede hacer para ayudar al pueblo "mariano" a no dejarse confundir por las sectas, se hecha el paquete a la Virgen, dando la vuelta al compromiso.
Sería como decir: «Oh Virgen Santa, ponemos en tus manos el problema de las sectas. No nos vayas a defraudar. Si mañana las cosas andan mal, acuérdate que tu tendrás la culpa y no nosotros».
Cómo sería diferente decir: «Oh Virgen María, ayúdanos a fortalecer la fe de tu pueblo. Danos ideas, fuerza y valor para buscar los medios mejores para enfrentar con éxito el problema de las sectas».


El ecumenismo como pretexto

Nada peor que escudarse en el ecumenismo para no hacer nada. ¡Ojalá qué todos los que se declaran en favor del ecumenismo, hicieran algo para favorecer la unidad! Sin embargo al momento de la verdad, uno se de cuenta de que se trata de pura palabrería. Nada concreto. Ningún encuentro, ningún diálogo... En el fondo, para muchos se trata de una pose y nada más. Dar la impresión de ser abiertos, sentirse seguros, tener en la mano la carta buena que un día será garantía de victoria... sin mover ni un solo dedo en favor del pueblo, que se confunde y cede bajo la presión de las sectas.
Un día me comentó un sacerdote con orgullo:

— Soy el capellán de los evangélicos.
— ¿¡Cómo!?
— Soy el capellán de la cárcel y me llevo muy bien con los evangélicos.
— ¿Qué piensan los evangélicos acerca de la Iglesia?
— No nos interesa. A nosotros interesa solamente Cristo.

Y me comentó acerca del cambio de vida que se da entre ellos, su fervor apostólico... en fin, todo lo bueno que tienen los evangélicos. Y él, el pastor de lo católicos, ¿qué hacía? Nada: mirar y nada más, feliz con su ecumenismo, mientras los evangélicos, muy buenos, predicaban el Evangelio y le robaban las ovejas bajo sus mismas narices.
En lugar de aprender de los evangélicos su fervor apostólico y empezar a evangelizar a los católicos, se sentía satisfecho con admirar el fervor de los evangélicos, llevarse bien con ellos y permitirles que hicieran estragos en las filas católicas, tanto, lo que vale es Cristo y no la Iglesia". ¿Qué bonito pretexto para no hacer nada y sentirse satisfecho, inteligente y moderno.
Otro sacerdote me dijo:

— En mi parroquia hay dos equipos de fútbol: uno católico y otro evangélico. Yo soy capellán de los evangélicos. Me llevo muy bien con ellos. Son más disciplinados, no toman... Me siento mejor con los evangélicos que con los católicos.

Así que vive de los católicos: bautismos, matrimonios, misas... y convive con los evangélicos. Y todo esto, en nombre del ecumenismo. Es que quiere la mesa ya puesta: va donde está ya todo listo. En lugar de luchar por convertir a los católicos, prefiere meterse con los católicos "ya convertidos" en evangélicos y seguir viviendo de los católicos "paganos". Y, al hacer esto, se siente más importante, de vanguardia, mirando a los demás con un sentido de desprecio a causa de sus ideas "atrasadas". En otros tiempos, esta actitud tenía un nombre muy preciso: traición. ¡Qué bueno que son pocos los que piensan de esa manera!


El precio de la paz

Desgraciadamente, en muchos casos el no hacer nada para ayudar a los "débiles en la fe" se ha vuelto en el precio que hay que pagar para establecer "buenas relaciones" con los demás grupos religiosos, que se desarrollan a costa de este tipo de católicos.
Se prefiere hablar de diálogo, respeto, testimonio, misión compartida, etc., para sentirse bien y dar una buena imagen de la fe, evitando meter los puntos sobre las íes, para no lastimar, o peor, causar un atraso en el proceso ecuménico. Y como siempre, los pobres pagan el pato. Los grandes se llevan bien entre sí y los pobres quedan angustiados y al antojo de los más astutos. El espíritu del mundo se vuelve en norma para establecer buenas relaciones entre los distintos grupos religiosos. Portándose así, mientras se habla de paz y unidad, aumenta la división y la discordia.
Pues bien, puesto que de hoy en adelante es oportuno hablar a nivel continental y no solamente latinoamericano (cf. Sínodo Especial para América, ), podemos afirmar con toda certeza que este es precisamente el estilo "norteamericano" de enfocar el problema de las sectas. Normalmente se invierte poco para atender a los católicos latinoamericanos. Por este abandono, muchos dejan la Iglesia Católica para pasar a los que sea: sectas, luteranos, anglicanos bautistas, presbiterianos, etc.
Todos se aprovechan. Y los pastores ven y callan, para no meterse en problemas, echando la culpa de todo a la falta de preparación de los católicos latinoamericanos. Haciendo esto, ven disminuir la secular oposición de parte del protestantismo hacia la Iglesia Católica y aumentar su aceptación en la sociedad norteamericana, saliendo así de su aislamiento histórico. Como siempre, una paz y un prestigio a costa de los más débiles.
En la capital de un país sudamericano, el obispo anglicano pidió a un profesor del seminario católico que lo tuviera informado acerca de los seminaristas en crisis para hacerles su ofrecimiento: matrimonio, sueldo y parroquia. Y todo esto en nombre del ecumenismo, como si el problema de la fe se redujera a la búsqueda de buenas relaciones y unos cuántos dólares.


Conclusión

El pueblo católico se encuentra en grandes apuros por la acción demoledora de las sectas. Es necesario hacer algo para fortalecer su fe, aclarando su identidad y dando una respuesta acertada a los ataques del enemigo.
En esta lucha, el ejemplo de los auténticos profetas del pasado nos puede ser de inspiración y consuelo, especialmente en los momentos de mayor dificultad. Y que el engaño de los falsos profetas pueda ser descubierto a tiempo, como en el caso de los antiguos profetas, precisamente (Jr 28).

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