los Apostoles de la Palabra que trabajamos en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores en Nuevo Progreso Tamaulipas organisamos la fiesta de la Biblia que se llevo acabo el dia 30 de septiembre del presente año en este evento participaron alrededor de 25 carros en los que se representaron algunos pasajes de la biblia como la creacion, los reyes de israel, los profetas , la anunciaciòn, el nacimiento de jesus, el bautismo, fundamento de la Iglesia, y otros
aqui les dejamos algunas imagenes de lo que fue el evento
Apostoles de la Palabra de la Diocesis de Tamaulipas
viernes, 12 de noviembre de 2010
jueves, 26 de agosto de 2010
Dominus Iesus: un documento polémico pero, una vez más, acertado
Se han cumplido diez años de la Declaración Dominus Iesus, elaborada por la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, publicada a principios de agosto del 2000
Autor: Alberto Royo Mejía | Fuente: www.religionenlibertad.com
Se han cumplido diez años de la Declaración “Dominus Iesus”, elaborada por la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, publicada a principios de agosto del 2000 y que como ocurre con este tipo de documentos, no siendo documento papal tiene sin embargo su autoridad, ya que como bien se explica al final, “El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia del día 16 de junio de 2000, concedida al infrascrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con ciencia cierta y con su autoridad apostólica, ha ratificado y confirmado esta Declaración decidida en la Sesión Plenaria, y ha ordenado su publicación”.
Sería una Declaración más de las muchas que publica este dicasterio, todas de gran importancia sin duda, pero que a veces quedan en el círculo de los expertos, que suelen ser teólogos, profesores y los mismos obispos. Pero resultó no ser una declaración más pues tuvo una resonancia mediática impresionante, y sobre ella hablaron no sólo periodistas sino intelectuales, líderes de otras confesiones y hasta algún político de los que les gusta enmendar la plana al Vaticano sin haberse leído los documentos.
El documento, como se recordará, respondía a una pregunta que se había formulado en el dicasterio vaticano: Si Cristo es un profeta más, y todas las religiones son iguales, entonces, ¿qué sentido tienen el Evangelio y la Iglesia? En respuesta a esta pregunta, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la declaración, en la que se reafirma el carácter único y universal de la salvación traída por Cristo. Como explicó entonces el Prefecto de la Congregación, Cardenal Ratzinger, el documento afrontaba un tema de gran importancia y que sin duda iba a doler en la sociedad actual (incluido el mundo de las religiones): El relativismo.
“En el animado debate contemporáneo sobre la relación del Cristianismo y las otras religiones, se difunde cada vez más la idea que todas las religiones son para sus seguidores vías igualmente validas de salvación. Se trata de una opinión sumamente difundida no sólo en ambientes teológicos, sino también en sectores cada vez más amplios de la opinión pública católica y no católica, especialmente aquella más influenciada por la orientación cultural hoy prevalente en Occidente, que se puede definir, sin temor de equivocarnos, con la palabra: relativismo.”
Dicho relativismo, que según el Cardenal, tiene su expresión teológica en la llamada “teología del pluralismo religioso”, muy en boga en las últimas décadas, se manifeista en los siguientes puntos, que son los que ataca directamente la Declaración: la convicción de la inaprensibilidad y la inexpresabilidad completa de la verdad divina; la actitud relativista ante la verdad, por la cual aquello que es verdadero para algunos no lo sería para otros; la contraposición radical entre mentalidad lógica occidental y mentalidad simbólica oriental; el subjetivismo exasperado de quien considera la razón como única fuente de conocimiento; el vaciamiento metafísico del misterio de la Encarnación; el eclecticismo de quien en la reflexión teológica asume categorías derivadas de otros sistemas filosóficos y religiosos sin reparar ni en su coherencia interna ni en su incompatibilidad con la fe cristiana; la tendencia, en fin, a interpretar textos de la Escritura fuera de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.
Sin entrar en profundidades teológicas, que son propias de una clase de teología y no de un artículo como este diré, citando a Fernando Ocariz, eximio consultor del Dicasterio vaticano, que es un documento que declara lo que la Iglesia había ya enseñado siempre. Basta notar que la Declaración está, en buena parte, construida con textos de la Sagrada Escritura y del Magisterio anterior, sobre todo del Vaticano II y de Juan Pablo II. Concretamente, esto es así en los tres puntos claves de la Dominus Iesus. En primer lugar, en la afirmación de la unicidad y universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo. Que Cristo es el único Salvador, y que lo es para todos los hombres, es una verdad que está en la base misma del cristianismo desde sus orígenes: en la predicación de Jesús y en la de los Apóstoles. Desde entonces, esta firme convicción se encuentra en toda la tradición patrística, en la fe del pueblo de Dios y en el magisterio de la Iglesia de todos los tiempos. Lo mismo se puede decir respecto a los otros dos grandes temas: que la Iglesia fundada por Cristo subsiste plenamente sólo en la Iglesia católica, mientras que más allá de sus confines visibles se pueden hallar algunos elementos de santificación y de verdad propios de la misma Iglesia; y, en fin, que la salvación de toda persona humana proviene de Cristo por el Espíritu Santo y a través de la Iglesia: una mediación salvífica de la Iglesia que, en el caso de los no cristianos, se realiza por vías que no conocemos. Todo esto se encuentra ya en el Vaticano II y, por lo que se refiere a los no cristianos, también y de modo muy claro y profundo en la encíclica Redemptoris missio.
Pues a pesar de que el texto no hace más que repetir el argumento por el que han dado la vida millones de cristianos desde los primeros años de nuestra era, suscitó una polvareda grandísima. Como muestra, y no de las más virulentas, recordar la otra “declaración” contestataria, mucho más modesta, firmada por los teólogos componentes de la asociación Juan XXIII, algunos de los cuales ni han llegado al X aniversario del documento vaticano, pues han pasado a mejor vida. La contradeclaración venía firmada por personalidades patrias como E. Aguiló (Sevilla); J. Bosch (Valencia); J.-Mª Castillo (Granada); J.-Mª Díez-Alegría (Madrid); C. Domínguez (Granada); J.-A. Estrada (Granada); J. Equiza (Navarra); C. Floristán (Madrid); B. Forcano (Madrid); M. García-Ruiz (Madrid); J. Gómez-Caffarena (Madrid); J.-I. González Faus (Barcelona); J.-Mª González Ruiz (Málaga); J. Lois (Madrid); J. Llopis (Bacelona); C. Martí (Barcelona); E. Miret (Madrid); A. Moliner (Barcelona); J. Peláez (Córdoba); J. Ruiz-Díaz (Madrid); F. Sanz (Avila); J.-J. Tamayo-Acosta (Madrid); A. Tamayo-Ayesterán; A. Torres Queiruga (Santiago de Compostela); R. Velasco (Madrid); J. Vico (Madrid); J. Vives (Barcelona).
Todo un plantel que además venía avalado, como ellos mismos afirmaban, por extranjeros como L. Boff (Brasil); J. Sobrino (El Salvador); Mª.-P. Aquino; S. Arce (Cuba); J.-Mª Vigil (Nicaragua); M. Villamán (R. Domincana); L. Gallo (Colombia); N. Lozano (Colombia); J. Torres (Argentina); Irma Hernández (Puerto Rico); E. de la Lerma (Argentina); V. García (Nicaragua); F. Albertini (Alemania); M. Soler Palá (Puerto Rico). Con estos padrinos y esos ahijados, se puede imaginar el tenor de la contradeclaración, que ya desde la segunda línea dejaba claro que “Por sus repercusiones negativas en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso, y porque afecta directamente a la reflexión teológica de las Iglesias, los teólogos y teólogas abajo firmantes queremos expresar algunas observaciones críticas en estos momentos de desconcierto, tanto en ambientes católicos como entre quienes vienen trabajando por un diálogo constructivo en otras iglesias cristianas y en las grandes religiones universales.”
Las observaciones críticas eran variadas, destacaban en el pronunciamiento vaticano la inoportunidad y la insensibilidad, y sobre esta última se decía: “El texto de la Congregación vaticana muestra una clara insensibilidad ante algunos de los logros alcanzados a lo largo de varias décadas de actividad ecuménica, tanto en el terreno doctrinal -recuérdese la Declaración conjunta luterano-católica sobre la doctrina de la justificación de la fe- como en el pastoral. Conviene recordar que las iglesias no sólo hablan a través de la doctrina. Su mensaje llega también por medio de signos elocuentes y de gestos proféticos, como los siguientes: la entrega por el papa Pablo VI de su anillo pastoral al arzobispo de Canterbury; el abrazo del mismo papa al patriarca Atenágoras en Jerusalén; la plegaria convocada por el papa Juan Pablo II en Asís junto a los líderes religiosos del mundo; la visita del mismo papa, por primera vez, a la sinagoga de Roma y su proclamación solemne ante los rabinos allí congregados de que “los judíos son nuestros hermanos mayores”; la oración de Juan Pablo II en el muro de las Lamentaciones; la reciente petición de perdón por los pecados cometidos por la Iglesia católica; la apertura de la Puerta del Año Jubilar por el papa, acompañado del primado de la Comunión Anglicana y de un representante del Patriarcado de Constantinopla.”
Con grandísimo respeto a dichos teólogos, de canas venerables la mayoría, pero resulta extraño que en el dicasterio vaticano no pensaran en todos esos gestos “proféticos” antes de escribir el documento. ¿Y Juan Pablo II no pensó en ellos antes de firmar? ¿O quizás si pensaron? Puede ocurrir que precisamente pensando en todos esos gestos ecuménicos se haya escrito la Declaración vaticana, para apoyarlos y darles más significado, aunque a primera vista no lo parezca. Quizás, sin dicha Declaración esos gestos ecuménicos pudiesen quedarse en lo superficial o emotivo, incluso llevar a confusión, pues les faltaba el fondo, la profundidad que todo ecumenismo antes o después requiere, una vez que ya se han dado los abrazos.
Y esto lo digo porque precisamente en la conmemoración de los diez años del documento se ha destacado algo que es evidente: desde la Declaración el ecumenismo ha dado pasos de gigante. Con los ortodoxos, poco a poco, pero la cosa es evidente, y curiosamente los patriarcas ortodoxos manifiestan que les gusta la lucha de nuestra Iglesia contra el relativismo. Con los anglicanos, se está viendo que el verdadero ecumenismo no es condescender con sus excentricidades, sino facilitarles al máximo la vuelta a casa. Y ya hay grupos de Luteranos y Evangélicos que están hablando de pedir ellos a la Iglesia lo mismo que han obtenido los anglicanos pues les atrae la firmeza en la doctrina y e la moral… Vaya, que una vez más el que ha sido “profético” ha sido el documento vaticano, y la historia le está dando poco a poco la razón. Vamos, creo yo, pero puedo estar equivocado.
Fuente: Catholic.net
Anexo:
Declaración “Dominus Iesus”
miércoles, 11 de agosto de 2010
LOS RIESGOS DE LA FE
No todo lo que luce es oro. Lo mismo pasa con la fe: no todo lo que se llama fe, es fe auténtica. Puede haber engaño, trampa... En realidad, para muchos la fe se ha vuelto en un producto comercial. Hay superofertas de fe. Por lo tanto, hoy más que nunca se necesita mucho discernimiento en el campo de la fe.
La fe es como un tesoro, que hay que saber buscar y cuidar. Y hay caminos que llevan a ella. Lo importante es no absolutizar un camino, ni darle un valor más grande del que tiene en la realidad.
Caminos o medios
para llegar a la fe
- La vista.
"Creo porque veo", parece que diga este tipo de creyente. La fe por la vista. ¿Y qué se ve? El sol, la luna, las estrellas, la naturaleza que nos rodea (Rom 1,20) y una multitud de creyentes con sus ritos y objetos sagrados.
Consecuencia: "Donde hay algo bonito, llamativo y misterioso, o donde hay gente que cree, allá está Dios". Lo que no corresponde siempre a la realidad.
- El sentimiento.
"Creo porque siento". La música, el arte, el teatro, el testimonio y cierta manera de presentar la palabra de Dios, crean emociones y favorecen el desahogo, el olvido y la liberación de ataduras de tipo sicológico.
Consecuencia: "Donde hay emoción, allá está Dios; más emoción y más presencia de Dios". Es lo que piensan muchos.
- La inteligencia.
"Creo porque pienso". El razonamiento, la reflexión y la intuición llevan a conclusiones, que rebasan la simple experiencia y observación diarias.
Consecuencia: "Donde hay conocimiento, allá está Dios; el que más sabe, es el que más conoce a Dios". Si no se añaden otros elementos, puede tratarse de un conocimiento "filosófico" de Dios, muy diferente del conocimiento "experiencial" de Dios.
Peligro:
quedarse con el camino o medio
El camino o medio, en lugar de ser un trampolín para llegar a la fe, se puede transformar en una trampa, que atrapa e impide el paso hacia la fe auténtica.
- Idolatría.
En lugar de pasar de la creatura al Creador, el hombre se queda con la creatura: los elementos de la naturaleza considerados como dioses o sus representaciones, las imágenes.
Otro peligro: confundir al hombre que habla de Dios con el mismo Dios o quedarse atrapados por la multitud de los creyentes, como dice el refrán: "¿Adónde va Vicente? Adonde va la gente".
- Sicologismo.
En lugar de pasar de la emoción pasajera y superficial a la paz profunda y duradera, que puede derivar solamente de un encuentro real con Dios, el hombre se queda con las emociones y busca continuamente nuevas maneras para acrecentarlas, volviéndose dependiente de todo lo que pueda despertar nuevas y más intensas emociones: cantos, aplausos, oración, música, ruidos y testimonios verdaderos o falsos.
Dios, la idea de Dios, se vuelve en un ingrediente más para el coctel sicológico. Dios se vuelve en un medio más para olvidar los problemas, tener confianza y despertar las emociones. Hasta se habla de teoterapia = terapia (o curación) con Dios.
Para sus adeptos, lo ideal sería vivir continuamente en un estado de conciencia alterado. Igual que los alcohólicos y los drogadictos. Sus encuentros de oración parecen formas de "entretenimiento religioso".
- Egolatría.
En lugar de ser un medio para llegar a Dios, la inteligencia se pone en el mismo lugar de Dios. Se sigue hablando de Dios, pero no como un Dios personal, creador, salvador y remunerador. El concepto de Dios se desvanece en pura palabrería. Se llega a la religión-ficción. Cada quien se esfuerza por inventar su sistema religioso, dando a las palabras y a los conceptos un sentido arbitrario.
La búsqueda de Dios se vuelve en un juego de palabras. En lugar de buscar la verdad, el hombre prefiere incursionar por caminos inéditos, dando origen a nuevos conceptos e inebriándose en ellos. Se deja deslumbrar por sus descubrimientos y busca la salvación en sí mismo, en su capacidad de inventar sistemas de salvación. Siguiendo en este camino, el hombre llaga a ponerse en lugar de Dios y a considerarse como Dios mismo.
Otros, manipulando los datos de la fe, llegan sencillamente a identificar a Dios con ciertos valores, entendidos siempre en una manera subjetiva: justicia, paz, libertad, igualdad, dignidad, cultura, ecología, etc. Y se quedan con lo humano, sin llegar nunca a la fe auténtica en el único Dios, que existe realmente y, por lo tanto, puede proporcionar una salvación real.
Cambio de actitud:
prueba de autenticidad
¿Cómo podemos saber si alguien llegó realmente a la fe y no se quedó entrampado en el medio? Cuando uno realiza en sí mismo un cambio de actitud en la línea del amor, entonces quiere decir que llegó a la fe auténtica (Mc 1,15; 1Jn 4,7). «Donde hay amor, allá está Dios», porque «Dios es amor» (1Jn 4,8).
Si no se produce este cambio de actitud, todo el proceso religioso se vuelve ilusión. Puede haber emoción, entusiasmo, euforia, gran cantidad de gente, mucho razonamiento e idealismo, pero no está Dios. En realidad, donde está Dios no puede haber división, presión sicológica, explotación, desprestigio, engaño u odio. No se puede hablar muy bonito de Dios y al mismo tiempo inyectar odio hacia todo lo que se opone a la propia idea de Dios o explotar de una forma indiscriminada a los propios seguidores.
Iglesia Católica
En la Iglesia Católica, para llevar a la fe, por lo general se ha manejado el primer medio (imágenes, procesiones, fiestas, ritos y objetos sagrados) y el tercero (catecismo y textos de teología); muy poco el segundo medio; es decir, el sentimiento. Esto explica cierta tendencia hacia la idolatría en las masas populares y hacia el frío conceptualismo en la gente más culta religiosamente (jerarquía y teólogos), que trata de formar al pueblo a su imagen y semejanza.
Sin embargo, desde hace algún tiempo en los movimientos apostólicos, que representan la vanguardia evangelizadora de la Iglesia, ya se busca un cambio en la búsqueda de los medios para llegar a la fe, haciendo un uso abundante del sentimiento: Movimiento de Renovación en el Espíritu Santo, Movimiento de Cursillos de Cristiandad, Escuela de la Cruz, Encuentros conyugales, etc.
Uniendo el sentimiento a la doctrina auténtica, se pueden formar verdaderas comunidades cristianas.
Sectas
En las sectas, generalmente se maneja el primer medio y el segundo, es decir, la vista (gran concentración de gente) y el sentimiento. No falta algún grupo, por ejemplo, la Iglesia Universal del Reino de Dios, que utiliza también objetos sagrados, como el agua bendita, el aceite bendito, la sal bendita, la sangre de Cristo, las flores benditas, etc., en su afán de confundirse con la Iglesia Católica.
Puesto que no cuentan con una base ni racional ni bíblica para justificar la existencia de sus grupos, generalmente las sectas huyen del uso de la razón, resolviéndose todo en un montón de citas, desconectadas entre ellas, y de sueños, visiones y opiniones personales de sus líderes.
Su estilo es esencialmente propagandístico, lleno de slogans, que no resisten al más pequeño análisis racional. Falta de fundamento y coherencia interna. Todo es manipulación. Además, se aprovecha de todo para buscar una legitimación, no teniendo reparo en apoyar a las dictaduras más contradictorias (por ejemplo, el pinochetismo y el sandinismo) o desprestigiar a los demás, inventando, inflando ciertos hechos (por ejemplo, las cruzadas, la inquisición, el caso Galilei, etc.) o tergiversando su sentido. Para las sectas es una ley aquel refrán popular que dice: «En la guerra y en el amor, todo se vale».
Cuando tratan de presentar una visión sistemática de su fe, el resultado se parece más bien a una religión-ficción que a un verdadero sistema teológico (ejemplo, los testigos de Jehová y los mormones). Por eso rehuyen el diálogo con gente preparada en campo bíblico y teológico. Es que sus afirmaciones no resisten frente a un mínimo de crítica seria.
Equilibrio
Afortunadamente, con la entrada del laicado en la escena de la evangelización, muchas cosas están cambiando dentro de la Iglesia. El lenguaje se está haciendo más inmediato y accesible al gran público de hoy. Además, se está realizando un cierto equilibrio entre la mente, el corazón y los sentidos.
Posiblemente, en este cambio haya influido también la presencia de las sectas. No habría que extrañarse, puesto que este es el papel específico de toda forma de disidencia: poner el acento sobre aspectos olvidados o no subrayados suficientemente. Una vez que haya cumplido con su misión, normalmente tiende a desaparecer (cfr. el comunismo).
Y es lo que esperamos que suceda con las sectas: una vez que logran cuestionar a la Iglesia sobre ciertos aspectos y ésta logre asimilar dichos cuestionamientos, ojalá que se desinflen y desaparezcan.
Religiosidad popular
Al mismo tiempo, como era de esperarse, está cambiando también la religiosidad popular, que se está deslizando de la vista al corazón y a la inteligencia: menos procesiones, menos imágenes y más oración personal, participación en congresos, misiones populares y catequesis presacramental. La misma Biblia está entrando en la praxis de la religiosidad popular.
Aún no se trata de un catolicismo consciente y comprometido, pero hacia allí se está dirigiendo la mirada de las masas populares. Los hermanos «fuertes en la fe» siguen cuestionando y atrayendo con su testimonio a los hermanos «débiles en la fe». Y ojalá que éstos sigan con la mirada hacia adelante, sin dejarse distraer y atrapar por un sin número de sirenas, que tratan con todos los medios de llamar su atención y desviarlos del camino auténtico.
Conclusión
Nadie nace creyente. A la fe se llega, la fe se vive y se comunica. Es un tesoro, que hay que saber buscar, cuidar y ofrecer, venciendo todo tipo de obstáculos. Hoy, ser católico auténtico es un reto.
COMO EL PROFETA JEREMIAS
Nunca faltarán los falsos profetas, siempre dispuestos a estar de acuerdo con todos, atraídos por el prestigio y la comodidad. Así el pueblo queda siempre más desamparado frente a la embestida del enemigo. Es lo que está pasando con el problema de las sectas.
Por el P. Flaviano Amatulli Valente
Por el P. Flaviano Amatulli Valente
Falsas esperanzas
Gritar y gritar, poner en guardia, suplicar... y no ser escuchado, hasta no ver con los propios ojos el derrumbe del pueblo de Dios en muchos lugares, por culpa de gente irresponsable que anuncia "visiones falsos": ésta ha sido la historia de muchos profetas del pasado y ésta ha sido y sigue siendo mi historia.
Recuerdo que antes de empezar mi experiencia misionera entre los indígenas chinantecos del estado de Oaxaca (México), al mencionar en un encuentro eclesial el peligro de las sectas, escuché este comentario: «Aquí, entre los indígenas, las sectas no representan un verdadero peligro. ¿Cuándo lograrán quitarles a nuestros inditos las imágenes de los santos?». Así que, según esta opinión, compartida por muchos, el apego de los indígenas hacia sus imágenes iba a representar el principal baluarte para la preservación de su fe católica.
¿Y qué pasó? Que llegaron las sectas, atacaron directamente a las imágenes, privándolas de su magia cautivadora, y la fe católica se derrumbó. Comunidades enteras cambiaron de rostro. En lugar de pensar en una seria reestructuración de la pastoral, enfrentando seriamente el problema de la ignorancia religiosa, se fueron por la tangente, al considerar precisamente la ignorancia religiosa como garantía de defensa contra la invasión de las sectas. Al estilo de muchos políticos, que, en lugar de luchar para sacar al pueblo de su ignorancia, tratan de hundirlo siempre más, para seguir explotándolo, precisamente a causa de su ignorancia.
Parece una locura considerar a la ignorancia como aliada para luchar en contra del error. ¿No sería mucho mejor confiar en el «esplendor de la verdad» y luchar con todos los medios para llevar a todos la luz del Evangelio y así prevenir al pueblo contra el peligro de la mentira y el engaño?
Ni modo. Nunca han faltado y nunca faltarán los falsos profetas, que hablan por su cuenta, no de parte de Dios, para agradar, quitar preocupaciones, hacer que la gente se sienta bien... y vivir del presupuesto. En lugar de enfrentar seriamente los problemas, prefieren alimentar falsas esperanzas. Lo que, sin duda, resulta mucho más cómodo para todos.
Cuántas veces he oído repetir: «Este pueblo es muy mariano. Nunca la Virgen permitirá que las sectas avancen». En lugar de ver qué se puede hacer para ayudar al pueblo "mariano" a no dejarse confundir por las sectas, se hecha el paquete a la Virgen, dando la vuelta al compromiso.
Sería como decir: «Oh Virgen Santa, ponemos en tus manos el problema de las sectas. No nos vayas a defraudar. Si mañana las cosas andan mal, acuérdate que tu tendrás la culpa y no nosotros».
Cómo sería diferente decir: «Oh Virgen María, ayúdanos a fortalecer la fe de tu pueblo. Danos ideas, fuerza y valor para buscar los medios mejores para enfrentar con éxito el problema de las sectas».
El ecumenismo como pretexto
Nada peor que escudarse en el ecumenismo para no hacer nada. ¡Ojalá qué todos los que se declaran en favor del ecumenismo, hicieran algo para favorecer la unidad! Sin embargo al momento de la verdad, uno se de cuenta de que se trata de pura palabrería. Nada concreto. Ningún encuentro, ningún diálogo... En el fondo, para muchos se trata de una pose y nada más. Dar la impresión de ser abiertos, sentirse seguros, tener en la mano la carta buena que un día será garantía de victoria... sin mover ni un solo dedo en favor del pueblo, que se confunde y cede bajo la presión de las sectas.
Un día me comentó un sacerdote con orgullo:
— Soy el capellán de los evangélicos.
— ¿¡Cómo!?
— Soy el capellán de la cárcel y me llevo muy bien con los evangélicos.
— ¿Qué piensan los evangélicos acerca de la Iglesia?
— No nos interesa. A nosotros interesa solamente Cristo.
Y me comentó acerca del cambio de vida que se da entre ellos, su fervor apostólico... en fin, todo lo bueno que tienen los evangélicos. Y él, el pastor de lo católicos, ¿qué hacía? Nada: mirar y nada más, feliz con su ecumenismo, mientras los evangélicos, muy buenos, predicaban el Evangelio y le robaban las ovejas bajo sus mismas narices.
En lugar de aprender de los evangélicos su fervor apostólico y empezar a evangelizar a los católicos, se sentía satisfecho con admirar el fervor de los evangélicos, llevarse bien con ellos y permitirles que hicieran estragos en las filas católicas, tanto, lo que vale es Cristo y no la Iglesia". ¿Qué bonito pretexto para no hacer nada y sentirse satisfecho, inteligente y moderno.
Otro sacerdote me dijo:
— En mi parroquia hay dos equipos de fútbol: uno católico y otro evangélico. Yo soy capellán de los evangélicos. Me llevo muy bien con ellos. Son más disciplinados, no toman... Me siento mejor con los evangélicos que con los católicos.
Así que vive de los católicos: bautismos, matrimonios, misas... y convive con los evangélicos. Y todo esto, en nombre del ecumenismo. Es que quiere la mesa ya puesta: va donde está ya todo listo. En lugar de luchar por convertir a los católicos, prefiere meterse con los católicos "ya convertidos" en evangélicos y seguir viviendo de los católicos "paganos". Y, al hacer esto, se siente más importante, de vanguardia, mirando a los demás con un sentido de desprecio a causa de sus ideas "atrasadas". En otros tiempos, esta actitud tenía un nombre muy preciso: traición. ¡Qué bueno que son pocos los que piensan de esa manera!
El precio de la paz
Desgraciadamente, en muchos casos el no hacer nada para ayudar a los "débiles en la fe" se ha vuelto en el precio que hay que pagar para establecer "buenas relaciones" con los demás grupos religiosos, que se desarrollan a costa de este tipo de católicos.
Se prefiere hablar de diálogo, respeto, testimonio, misión compartida, etc., para sentirse bien y dar una buena imagen de la fe, evitando meter los puntos sobre las íes, para no lastimar, o peor, causar un atraso en el proceso ecuménico. Y como siempre, los pobres pagan el pato. Los grandes se llevan bien entre sí y los pobres quedan angustiados y al antojo de los más astutos. El espíritu del mundo se vuelve en norma para establecer buenas relaciones entre los distintos grupos religiosos. Portándose así, mientras se habla de paz y unidad, aumenta la división y la discordia.
Pues bien, puesto que de hoy en adelante es oportuno hablar a nivel continental y no solamente latinoamericano (cf. Sínodo Especial para América, ), podemos afirmar con toda certeza que este es precisamente el estilo "norteamericano" de enfocar el problema de las sectas. Normalmente se invierte poco para atender a los católicos latinoamericanos. Por este abandono, muchos dejan la Iglesia Católica para pasar a los que sea: sectas, luteranos, anglicanos bautistas, presbiterianos, etc.
Todos se aprovechan. Y los pastores ven y callan, para no meterse en problemas, echando la culpa de todo a la falta de preparación de los católicos latinoamericanos. Haciendo esto, ven disminuir la secular oposición de parte del protestantismo hacia la Iglesia Católica y aumentar su aceptación en la sociedad norteamericana, saliendo así de su aislamiento histórico. Como siempre, una paz y un prestigio a costa de los más débiles.
En la capital de un país sudamericano, el obispo anglicano pidió a un profesor del seminario católico que lo tuviera informado acerca de los seminaristas en crisis para hacerles su ofrecimiento: matrimonio, sueldo y parroquia. Y todo esto en nombre del ecumenismo, como si el problema de la fe se redujera a la búsqueda de buenas relaciones y unos cuántos dólares.
Conclusión
El pueblo católico se encuentra en grandes apuros por la acción demoledora de las sectas. Es necesario hacer algo para fortalecer su fe, aclarando su identidad y dando una respuesta acertada a los ataques del enemigo.
En esta lucha, el ejemplo de los auténticos profetas del pasado nos puede ser de inspiración y consuelo, especialmente en los momentos de mayor dificultad. Y que el engaño de los falsos profetas pueda ser descubierto a tiempo, como en el caso de los antiguos profetas, precisamente (Jr 28).
Gritar y gritar, poner en guardia, suplicar... y no ser escuchado, hasta no ver con los propios ojos el derrumbe del pueblo de Dios en muchos lugares, por culpa de gente irresponsable que anuncia "visiones falsos": ésta ha sido la historia de muchos profetas del pasado y ésta ha sido y sigue siendo mi historia.
Recuerdo que antes de empezar mi experiencia misionera entre los indígenas chinantecos del estado de Oaxaca (México), al mencionar en un encuentro eclesial el peligro de las sectas, escuché este comentario: «Aquí, entre los indígenas, las sectas no representan un verdadero peligro. ¿Cuándo lograrán quitarles a nuestros inditos las imágenes de los santos?». Así que, según esta opinión, compartida por muchos, el apego de los indígenas hacia sus imágenes iba a representar el principal baluarte para la preservación de su fe católica.
¿Y qué pasó? Que llegaron las sectas, atacaron directamente a las imágenes, privándolas de su magia cautivadora, y la fe católica se derrumbó. Comunidades enteras cambiaron de rostro. En lugar de pensar en una seria reestructuración de la pastoral, enfrentando seriamente el problema de la ignorancia religiosa, se fueron por la tangente, al considerar precisamente la ignorancia religiosa como garantía de defensa contra la invasión de las sectas. Al estilo de muchos políticos, que, en lugar de luchar para sacar al pueblo de su ignorancia, tratan de hundirlo siempre más, para seguir explotándolo, precisamente a causa de su ignorancia.
Parece una locura considerar a la ignorancia como aliada para luchar en contra del error. ¿No sería mucho mejor confiar en el «esplendor de la verdad» y luchar con todos los medios para llevar a todos la luz del Evangelio y así prevenir al pueblo contra el peligro de la mentira y el engaño?
Ni modo. Nunca han faltado y nunca faltarán los falsos profetas, que hablan por su cuenta, no de parte de Dios, para agradar, quitar preocupaciones, hacer que la gente se sienta bien... y vivir del presupuesto. En lugar de enfrentar seriamente los problemas, prefieren alimentar falsas esperanzas. Lo que, sin duda, resulta mucho más cómodo para todos.
Cuántas veces he oído repetir: «Este pueblo es muy mariano. Nunca la Virgen permitirá que las sectas avancen». En lugar de ver qué se puede hacer para ayudar al pueblo "mariano" a no dejarse confundir por las sectas, se hecha el paquete a la Virgen, dando la vuelta al compromiso.
Sería como decir: «Oh Virgen Santa, ponemos en tus manos el problema de las sectas. No nos vayas a defraudar. Si mañana las cosas andan mal, acuérdate que tu tendrás la culpa y no nosotros».
Cómo sería diferente decir: «Oh Virgen María, ayúdanos a fortalecer la fe de tu pueblo. Danos ideas, fuerza y valor para buscar los medios mejores para enfrentar con éxito el problema de las sectas».
El ecumenismo como pretexto
Nada peor que escudarse en el ecumenismo para no hacer nada. ¡Ojalá qué todos los que se declaran en favor del ecumenismo, hicieran algo para favorecer la unidad! Sin embargo al momento de la verdad, uno se de cuenta de que se trata de pura palabrería. Nada concreto. Ningún encuentro, ningún diálogo... En el fondo, para muchos se trata de una pose y nada más. Dar la impresión de ser abiertos, sentirse seguros, tener en la mano la carta buena que un día será garantía de victoria... sin mover ni un solo dedo en favor del pueblo, que se confunde y cede bajo la presión de las sectas.
Un día me comentó un sacerdote con orgullo:
— Soy el capellán de los evangélicos.
— ¿¡Cómo!?
— Soy el capellán de la cárcel y me llevo muy bien con los evangélicos.
— ¿Qué piensan los evangélicos acerca de la Iglesia?
— No nos interesa. A nosotros interesa solamente Cristo.
Y me comentó acerca del cambio de vida que se da entre ellos, su fervor apostólico... en fin, todo lo bueno que tienen los evangélicos. Y él, el pastor de lo católicos, ¿qué hacía? Nada: mirar y nada más, feliz con su ecumenismo, mientras los evangélicos, muy buenos, predicaban el Evangelio y le robaban las ovejas bajo sus mismas narices.
En lugar de aprender de los evangélicos su fervor apostólico y empezar a evangelizar a los católicos, se sentía satisfecho con admirar el fervor de los evangélicos, llevarse bien con ellos y permitirles que hicieran estragos en las filas católicas, tanto, lo que vale es Cristo y no la Iglesia". ¿Qué bonito pretexto para no hacer nada y sentirse satisfecho, inteligente y moderno.
Otro sacerdote me dijo:
— En mi parroquia hay dos equipos de fútbol: uno católico y otro evangélico. Yo soy capellán de los evangélicos. Me llevo muy bien con ellos. Son más disciplinados, no toman... Me siento mejor con los evangélicos que con los católicos.
Así que vive de los católicos: bautismos, matrimonios, misas... y convive con los evangélicos. Y todo esto, en nombre del ecumenismo. Es que quiere la mesa ya puesta: va donde está ya todo listo. En lugar de luchar por convertir a los católicos, prefiere meterse con los católicos "ya convertidos" en evangélicos y seguir viviendo de los católicos "paganos". Y, al hacer esto, se siente más importante, de vanguardia, mirando a los demás con un sentido de desprecio a causa de sus ideas "atrasadas". En otros tiempos, esta actitud tenía un nombre muy preciso: traición. ¡Qué bueno que son pocos los que piensan de esa manera!
El precio de la paz
Desgraciadamente, en muchos casos el no hacer nada para ayudar a los "débiles en la fe" se ha vuelto en el precio que hay que pagar para establecer "buenas relaciones" con los demás grupos religiosos, que se desarrollan a costa de este tipo de católicos.
Se prefiere hablar de diálogo, respeto, testimonio, misión compartida, etc., para sentirse bien y dar una buena imagen de la fe, evitando meter los puntos sobre las íes, para no lastimar, o peor, causar un atraso en el proceso ecuménico. Y como siempre, los pobres pagan el pato. Los grandes se llevan bien entre sí y los pobres quedan angustiados y al antojo de los más astutos. El espíritu del mundo se vuelve en norma para establecer buenas relaciones entre los distintos grupos religiosos. Portándose así, mientras se habla de paz y unidad, aumenta la división y la discordia.
Pues bien, puesto que de hoy en adelante es oportuno hablar a nivel continental y no solamente latinoamericano (cf. Sínodo Especial para América, ), podemos afirmar con toda certeza que este es precisamente el estilo "norteamericano" de enfocar el problema de las sectas. Normalmente se invierte poco para atender a los católicos latinoamericanos. Por este abandono, muchos dejan la Iglesia Católica para pasar a los que sea: sectas, luteranos, anglicanos bautistas, presbiterianos, etc.
Todos se aprovechan. Y los pastores ven y callan, para no meterse en problemas, echando la culpa de todo a la falta de preparación de los católicos latinoamericanos. Haciendo esto, ven disminuir la secular oposición de parte del protestantismo hacia la Iglesia Católica y aumentar su aceptación en la sociedad norteamericana, saliendo así de su aislamiento histórico. Como siempre, una paz y un prestigio a costa de los más débiles.
En la capital de un país sudamericano, el obispo anglicano pidió a un profesor del seminario católico que lo tuviera informado acerca de los seminaristas en crisis para hacerles su ofrecimiento: matrimonio, sueldo y parroquia. Y todo esto en nombre del ecumenismo, como si el problema de la fe se redujera a la búsqueda de buenas relaciones y unos cuántos dólares.
Conclusión
El pueblo católico se encuentra en grandes apuros por la acción demoledora de las sectas. Es necesario hacer algo para fortalecer su fe, aclarando su identidad y dando una respuesta acertada a los ataques del enemigo.
En esta lucha, el ejemplo de los auténticos profetas del pasado nos puede ser de inspiración y consuelo, especialmente en los momentos de mayor dificultad. Y que el engaño de los falsos profetas pueda ser descubierto a tiempo, como en el caso de los antiguos profetas, precisamente (Jr 28).
EL PASTOR, LA OVEJA PERDIDA Y EL LOBO LOS ALEJADOS, ¿SON CATOLICOS? ¿QUE RESPONSABILIDAD TENEMOS PARA CON ELLOS?
Cuando uno deja la Iglesia, es fácil decir: "Nunca fue católico" . ¿Por qué, entonces se le administraban los sacramentos? Basta de pretextos y superficialidades. Antes de que los atrapen los lobos, ¿por qué no nos movemos nosotros? Es tiempo de ser "apostólicamente más agresivos".
Por el P. Flaviano Amatulli Valente
Un drama
Se sigue bautizando al por mayor, casando por la Iglesia con una preparación casi simbólica, administrando la unción de los enfermos a los que la soliciten..., pero cuando alguien deja la Iglesia y se va con otro grupo religioso se dice: "Nunca fue católico". Y con eso uno se siente libre de cualquier responsabilidad, como si no hubiera pasado nada.
Si esto fuera cierto, ¿por qué, entonces, se sigue bautizando a los hijos de los que no practican la fe?, ¿por qué a estos se les sigue casando por la Iglesia? La pregunta es: "Los alejados, ¿siguen siendo católicos? Hasta qué punto? Si siguen siendo católicos, ¿cuál es nuestra responsabilidad para con ellos? ¿Es suficiente seguir administrándolos los sacramentos, sin antes haberlos acercado a Dios y a la comunidad cristiana?
Pastoral rutinaria
Sin duda, lo que está pasando actualmente dentro de la Iglesia, es muy lamentable, es muy lamentable. Sería como si en alguna sociedad se siguiera dando títulos de estudio a todos, aunque por diferentes motivos no contaran con la preparación adecuada. Todos serían médicos, ingenieros, maestros, sin siquiera saber leer.
Y en los que está pasando actualmente dentro de la Iglesia. A veces se oye decir: "Fulano dejó la Iglesia y se fue con otro grupo religioso. Y pensar que estaba bautizado, confirmado y casado por la Iglesia. ¿Cómo fue posible todo esto?" Claro, recibió estos sacramentos sin tener conciencia de lo que esto implicaba, Sacramentos vacíos. Ritos, válidos de por sí, pero sin eficacia para los que los reciben.
Hay que recordar que los sacramentos no son ritos mágicos, válidos de por sí y con efectos seguros e iguales para todos. Su eficacia depende mucho de la participación de los que los reciben, antes, durante y después de su recepción. Así que la praxis de distribuir sacramentos así nomás, sin el soporte de un verdadero compromiso espiritual, no tiene ninguna base ni bíblica ni teológica; es más bien la expresión clara de un sistema pastoral rutinario sin reflexión ni compromiso serio.
Que se encargue el lobo
Como manifestación clara de este espíritu de superficialidad, que pervade mucho ambientes católicos, tenemos la idea de que "también los demás grupos religiosos están evangelizando". Como decir: "Visto que son muchas las ovejas perdidas y no tenemos ni medios ni ganas de buscarlas, que el lobo se encargue de ellas".
¡Qué pastores ejemplares! Dejan para los lobos las ovejas perdidas. Se llevan bien con ellos y saben compartir con ellos el reboño, para que se alimenten y no sufran. Según la Biblia, se trataría más bien de mercenarios, a los cuales "no les interesan las ovejas" (Jn 10,13).
Misiones internas
Si estamos luchando por dar a conocer el Evangelio a los que están fuera de la Iglesia, ¿por qué no tenemos que luchar, antes que nada, para darlo a conocer a los que están dentro de la Iglesia? Pensar que no podemos, no tenemos los medios..., es pecar por falta de fe. Claro que podemos. Si los que dejaron la Iglesia, tienen la capacidad de visitar y anunciar "su" Evangelio a todos los que se quedaron dentro de la Iglesia, ¿por qué nosotros no vamos a trata de evangelizar a nuestros hermanos en la fe?
Cuando hacemos las visitas domiciliarias, muchos, al vernos, se alegran y nos dicen: "¡Que bueno que también ustedes se están preocupando por nosotros! Estamos cansados de recibir visitas solamente de parte de gente, que pertenece a otros grupos religiosos y tratan de arrancarnos la fe".
Así que, podemos y debemos hacer algo para enfrentar seriamente el problema de los alejados. Tenemos que ser "apostólicamente más agresivos", pasar al ataque, no quedarnos sentados viendo como tantos hermanos nuestros están siendo arrebatados por el lobo rapaz o se quedan excluidos del banquete, al que están llamados por su bautismo.
Parroquias y diócesis misioneras
Es necesario que cada parroquia y cada diócesis cuente con misioneros propios, que se dediquen a "pescar" (Mc 1,17), acercándose periódicamente a todos los alejados, para conocer su situación y emprender, caso, por caso, un camino de acercamiento a Dios y a la Iglesia.
Es tiempo de despertar. Es tiempo de organizarnos para buscar a la oveja perdida, no conformándonos con esperarla. Es tiempo de ensayar una nueva manera de ser Iglesia: una Iglesia más solidaria en todos los aspectos, no solamente en el aspecto material y cultural. Es necesario que resurja la misión. O nos hundimos. Aire nuevo o muerte por asfixia.
Se sigue bautizando al por mayor, casando por la Iglesia con una preparación casi simbólica, administrando la unción de los enfermos a los que la soliciten..., pero cuando alguien deja la Iglesia y se va con otro grupo religioso se dice: "Nunca fue católico". Y con eso uno se siente libre de cualquier responsabilidad, como si no hubiera pasado nada.
Si esto fuera cierto, ¿por qué, entonces, se sigue bautizando a los hijos de los que no practican la fe?, ¿por qué a estos se les sigue casando por la Iglesia? La pregunta es: "Los alejados, ¿siguen siendo católicos? Hasta qué punto? Si siguen siendo católicos, ¿cuál es nuestra responsabilidad para con ellos? ¿Es suficiente seguir administrándolos los sacramentos, sin antes haberlos acercado a Dios y a la comunidad cristiana?
Pastoral rutinaria
Sin duda, lo que está pasando actualmente dentro de la Iglesia, es muy lamentable, es muy lamentable. Sería como si en alguna sociedad se siguiera dando títulos de estudio a todos, aunque por diferentes motivos no contaran con la preparación adecuada. Todos serían médicos, ingenieros, maestros, sin siquiera saber leer.
Y en los que está pasando actualmente dentro de la Iglesia. A veces se oye decir: "Fulano dejó la Iglesia y se fue con otro grupo religioso. Y pensar que estaba bautizado, confirmado y casado por la Iglesia. ¿Cómo fue posible todo esto?" Claro, recibió estos sacramentos sin tener conciencia de lo que esto implicaba, Sacramentos vacíos. Ritos, válidos de por sí, pero sin eficacia para los que los reciben.
Hay que recordar que los sacramentos no son ritos mágicos, válidos de por sí y con efectos seguros e iguales para todos. Su eficacia depende mucho de la participación de los que los reciben, antes, durante y después de su recepción. Así que la praxis de distribuir sacramentos así nomás, sin el soporte de un verdadero compromiso espiritual, no tiene ninguna base ni bíblica ni teológica; es más bien la expresión clara de un sistema pastoral rutinario sin reflexión ni compromiso serio.
Que se encargue el lobo
Como manifestación clara de este espíritu de superficialidad, que pervade mucho ambientes católicos, tenemos la idea de que "también los demás grupos religiosos están evangelizando". Como decir: "Visto que son muchas las ovejas perdidas y no tenemos ni medios ni ganas de buscarlas, que el lobo se encargue de ellas".
¡Qué pastores ejemplares! Dejan para los lobos las ovejas perdidas. Se llevan bien con ellos y saben compartir con ellos el reboño, para que se alimenten y no sufran. Según la Biblia, se trataría más bien de mercenarios, a los cuales "no les interesan las ovejas" (Jn 10,13).
Misiones internas
Si estamos luchando por dar a conocer el Evangelio a los que están fuera de la Iglesia, ¿por qué no tenemos que luchar, antes que nada, para darlo a conocer a los que están dentro de la Iglesia? Pensar que no podemos, no tenemos los medios..., es pecar por falta de fe. Claro que podemos. Si los que dejaron la Iglesia, tienen la capacidad de visitar y anunciar "su" Evangelio a todos los que se quedaron dentro de la Iglesia, ¿por qué nosotros no vamos a trata de evangelizar a nuestros hermanos en la fe?
Cuando hacemos las visitas domiciliarias, muchos, al vernos, se alegran y nos dicen: "¡Que bueno que también ustedes se están preocupando por nosotros! Estamos cansados de recibir visitas solamente de parte de gente, que pertenece a otros grupos religiosos y tratan de arrancarnos la fe".
Así que, podemos y debemos hacer algo para enfrentar seriamente el problema de los alejados. Tenemos que ser "apostólicamente más agresivos", pasar al ataque, no quedarnos sentados viendo como tantos hermanos nuestros están siendo arrebatados por el lobo rapaz o se quedan excluidos del banquete, al que están llamados por su bautismo.
Parroquias y diócesis misioneras
Es necesario que cada parroquia y cada diócesis cuente con misioneros propios, que se dediquen a "pescar" (Mc 1,17), acercándose periódicamente a todos los alejados, para conocer su situación y emprender, caso, por caso, un camino de acercamiento a Dios y a la Iglesia.
Es tiempo de despertar. Es tiempo de organizarnos para buscar a la oveja perdida, no conformándonos con esperarla. Es tiempo de ensayar una nueva manera de ser Iglesia: una Iglesia más solidaria en todos los aspectos, no solamente en el aspecto material y cultural. Es necesario que resurja la misión. O nos hundimos. Aire nuevo o muerte por asfixia.
Urge alternativa a la Renovación carismática
Ciertas superficialidad en campo doctrinal y mucho coqueteo con el pentecostalismo protestante. Consecuencia: un montón de sectas que están surgiendo de la Renovación carismática. ¿Podemos quedar indiferentes ante esta situación?
Por el Padre Flaviano Amatulli Valente
Misionero Apóstol de la Palabra
Por el Padre Flaviano Amatulli Valente
Misionero Apóstol de la Palabra
Ecumenismo mal entendido
Es un hecho que la Renovación Carismática Católica nació viciada desde un principio. Con el correr de los años, los lazos con el pentecostalismo protestante se fueron estrechando siempre más al amparo de un malentendido ecumenismo. En realidad, en lugar de intentar un verdadero diálogo constructivo, se limitó a imitar sus expresiones cultuales, dejándose siempre más absorber por su espíritu declaradamente no católico.
Así la Renovación Carismática se fue volviendo cada día más en un caballo de Troya, infiltrado en las masas católicas, para inyectarles un espíritu ajeno a su idiosincrasia propia y haciéndolas vulnerables a los influjos del pentecostalismo protestante.
Exodo hacia el pentecostalismo
Una vez acostumbrados al estilo pentecostal, muchos empezaron a sentir cierto rechazo hacia la austeridad del culto católico, tachándolo de aburrido y sin vida, confundiendo el entusiasmo, la euforia y la capacidad de crear estados de conciencia alterados con las señales de la presencia de Dios.
En cierta ocasión alguien me dijo:
"La Renovación Carismática Católica tienes dos puertas: una para entrar y otra para salir".
De hecho, casi en todas partes, la Renovación Carismática ha dado origen a sectas de tipo pentecostal. Un sacerdote de Brasil me mencionó 63 sectas que salieron de la Renovación Carismática en el sur de aquel país y me hablaba con cierta preocupación del peligro que el Movimiento Carismático algún día pudiera salirse masivamente de la Iglesia Católica, dando origen a una segunda Reforma Protestante.
Evidentemente se trata de una exageración; sin embargo, esto explica porqué existe un cierto rechazo de parte de muchos sacerdotes hacia este Movimiento, tan parecido al pentecostalismo protestante y que tantas bajas está causando en las filas católicas.
En México, el caso más clamoroso está representado por el P. Gilberto de Monte María. Empezó hablando de ecumenismo, utilizando material pentecostal y haciéndose acompañar por pastores pentecostales, hasta apartarse completamente de la Iglesia Católica, dando origen a una secta más de corte pentecostal. En Centro América y Estados Unidos abundan los casos parecidos.
Fidelidad
Así que, algo hay que hacer frente a esta situación, que se vuelve siempre más alarmante. ¿Qué? Ver lo bueno que tienen la Renovación Carismática en sus contenidos, sus métodos y estilo propio, y aprovecharlo, creando algo realmente católico desde las bases. Más que insistir en ciertas manifestaciones extraordinarias y particularmente llamativas (don de lenguas, don de sanación, milagros, exorcismos, etc.), es oportuno insistir en un verdadero cambio de actitud para seguir a Cristo (Mc 1,15), subrayando la importancia de la fidelidad al Evangelio en su conjunto y a la Iglesia con su jerarquía.
En efecto, no todo lo que luce es oro. Si no hay preparación sólida y sentido crítico es fácil pasar de la Renovación Carismática al pentecostalismo protestante, la Nueva Era y tantas formas más de sincretismo religioso. Es importante aclarar que el criterio de sentir bonito es engañoso y fácilmente puede hacer desviar del camino correcto. Espontaneidad, alegría, música, canto, danza... SI: superficialidad doctrinal, separación o herejía, NO.
La regla de oro: «Por sus frutos los conocerán» (Mt 7,16) tiene que ser aplicada también a la Renovación Carismática. Y por lo visto, teniendo presente ciertos frutos negativos que vuelven a presentarse sistemáticamente por aquí y por allá, es urgente pensar seriamente en una alternativa para la Renovación Carismática o por lo menos en una profunda revisión.
Es un hecho que la Renovación Carismática Católica nació viciada desde un principio. Con el correr de los años, los lazos con el pentecostalismo protestante se fueron estrechando siempre más al amparo de un malentendido ecumenismo. En realidad, en lugar de intentar un verdadero diálogo constructivo, se limitó a imitar sus expresiones cultuales, dejándose siempre más absorber por su espíritu declaradamente no católico.
Así la Renovación Carismática se fue volviendo cada día más en un caballo de Troya, infiltrado en las masas católicas, para inyectarles un espíritu ajeno a su idiosincrasia propia y haciéndolas vulnerables a los influjos del pentecostalismo protestante.
Exodo hacia el pentecostalismo
Una vez acostumbrados al estilo pentecostal, muchos empezaron a sentir cierto rechazo hacia la austeridad del culto católico, tachándolo de aburrido y sin vida, confundiendo el entusiasmo, la euforia y la capacidad de crear estados de conciencia alterados con las señales de la presencia de Dios.
En cierta ocasión alguien me dijo:
"La Renovación Carismática Católica tienes dos puertas: una para entrar y otra para salir".
De hecho, casi en todas partes, la Renovación Carismática ha dado origen a sectas de tipo pentecostal. Un sacerdote de Brasil me mencionó 63 sectas que salieron de la Renovación Carismática en el sur de aquel país y me hablaba con cierta preocupación del peligro que el Movimiento Carismático algún día pudiera salirse masivamente de la Iglesia Católica, dando origen a una segunda Reforma Protestante.
Evidentemente se trata de una exageración; sin embargo, esto explica porqué existe un cierto rechazo de parte de muchos sacerdotes hacia este Movimiento, tan parecido al pentecostalismo protestante y que tantas bajas está causando en las filas católicas.
En México, el caso más clamoroso está representado por el P. Gilberto de Monte María. Empezó hablando de ecumenismo, utilizando material pentecostal y haciéndose acompañar por pastores pentecostales, hasta apartarse completamente de la Iglesia Católica, dando origen a una secta más de corte pentecostal. En Centro América y Estados Unidos abundan los casos parecidos.
Fidelidad
Así que, algo hay que hacer frente a esta situación, que se vuelve siempre más alarmante. ¿Qué? Ver lo bueno que tienen la Renovación Carismática en sus contenidos, sus métodos y estilo propio, y aprovecharlo, creando algo realmente católico desde las bases. Más que insistir en ciertas manifestaciones extraordinarias y particularmente llamativas (don de lenguas, don de sanación, milagros, exorcismos, etc.), es oportuno insistir en un verdadero cambio de actitud para seguir a Cristo (Mc 1,15), subrayando la importancia de la fidelidad al Evangelio en su conjunto y a la Iglesia con su jerarquía.
En efecto, no todo lo que luce es oro. Si no hay preparación sólida y sentido crítico es fácil pasar de la Renovación Carismática al pentecostalismo protestante, la Nueva Era y tantas formas más de sincretismo religioso. Es importante aclarar que el criterio de sentir bonito es engañoso y fácilmente puede hacer desviar del camino correcto. Espontaneidad, alegría, música, canto, danza... SI: superficialidad doctrinal, separación o herejía, NO.
La regla de oro: «Por sus frutos los conocerán» (Mt 7,16) tiene que ser aplicada también a la Renovación Carismática. Y por lo visto, teniendo presente ciertos frutos negativos que vuelven a presentarse sistemáticamente por aquí y por allá, es urgente pensar seriamente en una alternativa para la Renovación Carismática o por lo menos en una profunda revisión.
LA APOLOGÉTICA HOY
DEL TRIUNFALISMO
AL COMPLEJO DE CULPA Y AL DERROTISMO
AL COMPLEJO DE CULPA Y AL DERROTISMO
El diálogo no consiste en exagerar los propios errores y poner en un pedestal al interlocutor. Además, no todos aceptan el diálogo. Frente a este situación, no valen las excusas, los pretextos ni los sofismas. Hay que hacer algo para que el católico se mantenga firme en su fe, antes de que el continente de la esperanza se convierta en el «continente de la pesadilla».
De un exceso a otro
¿Quién no recuerda a aquella afirmación tan incisiva y lapidaria: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación»? Claro que tenía su sentido profundo que habría que explicar. Se refería al aspecto objetivo de la salvación, que pasa por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, si alguien conscientemente rechazaba la Iglesia, se ponía al margen de la salvación. Sin embargo, dejada así la frase, sin ninguna explicación, parecería un gesto de repudio hacia cualquier otro camino de salvación y se volvía en la máxima expresión del triunfalismo católico.
De allí se pasó al lado opuesto. Se brincó de la Iglesia al Reino de Dios, se dio énfasis al concepto de «semillas del Verbo», presentes en cualquier cultura, y se relativizaron todos los caminos de salvación, haciendo de la Iglesia Católica un camino cualquiera en el conjunto de las grandes religiones y de las expresiones del mismo cristianismo. Al mismo tiempo y de una forma consciente, se vanificó el concepto de misión, vista como injerencia indebida y perturbadora de parte de la Iglesia en el camino que cada pueblo y cada cultura está recorriendo hacia Dios.
Según mi opinión, aquí esta una clave muy importante para interpretar la historia de la Iglesia en los últimos decenios, con el derrumbe del espíritu misionero y la pérdida de las defensas frente a las nuevas propuestas religiosas interpretadas siempre en un sentido positivo al interior de la misma Iglesia.
Los malos de la película
Y no faltaron los sofismas para justificarlo todo. Se dijo: «Si los católicos se salen de la Iglesia y se van con otros grupos religiosos, es porque allá encuentran algo mejor, como pasa cuando alguien deja de frecuentar un restaurant para ir a otro. Lo hace porque el otro restaurant le ofrece algo mejor».
Así que, «los demás ofrecen algo mejor»; «nosotros somos los malos de la película, ellos son los buenos». No se hizo ningún intento por buscar otras explicaciones al inquietante fenómeno del crecimiento sectario. No se alcanzó que detrás de una pantalla de bondad, había un proselitismo tenaz, feroz y sin escrúpulo, utilizando métodos ilícitos y hasta inmorales. Se llegó a crear la impresión de que lo que hacían las sectas era puro fervor religioso y espíritu misionero. Claro que, si algún católico hacía lo mismo, de inmediato era tachado de ser fanático y representar un peligro para la paz pública.
Examinando la historia, los católicos eran presentados como los verdugos y los demás como víctimas. Por lo tanto, era lógico pedirles perdón. Nunca sospecharon esos señores la posibilidad de que también del otro lado puedo haber habido alguna culpa y que por lo tanto ellos (sus sucesores evidentemente) se decidieran a pedir perdón.
Complejo de culpa, relativismo religioso, derrotismo, esfuerzo por justificarlo todo... derrumbe. Falsos profetas de ayer, hoy y siempre.
Palabrería inútil
Para muchos «expertos» en el problema de las sectas, casi todo se esfumó en una palabrería inútil: si era correcto hablar de sectas o era mejor hablar de nuevos movimientos religiosos libres; se estaba bien o era ofensivo hablar de sectas protestantes, puesto que el protestantismo era una cosa y las sectas otra, aunque tuvieran muchos elementos en común; si los grupos pentecostales podían llamarse sectas, puesto que su bautismo es válido y creen en la Trinidad; si no sería más conveniente utilizar la palabra, secta solamente para los grupos no cristianos, etc., etc.
Conclusión: «Cuando hablamos de sectas, nos estamos refiriendo solamente a los grupos no cristianos o semicristianos, como son los testigos de Jehová, los mormones y los adventistas del séptimo día. No nos estamos refiriendo a los grupos pentecostales o evangélicos, que son iglesias y con los cuales tenemos un diálogo ecuménico». Y no se dieron cuenta de que los pentecostales representan el 70% de las sectas que están presentes en América latina, y que el «Plan Amanecer» para la conquista evangélica del mundo, está hecho precisamente por lo «evangélicos».
Así que, seamos más sinceros y realistas, mis queridos «expertos». Dejemos a un lado los sofismas y vayamos a la realidad. Pan al pan y vino al vino. Además, ¿qué me importa a mi, se encaja mejor un palabra que otra? Aquí el problema es: «¿Cómo ayudar al católico a permanecer firme en su fe, sin dejarse confundir por otras propuestas religiosas?» Lo que sobra, viene del demonio y no sirve más que para confundir las cosas.
Crónica de una derrota anunciada.
Cuando los obispos de México me pusieron al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe), un «experto» en la materia me dijo:
«Tu tarea será la de tener al día las estadísticas acerca del avance de las sectas»;
en otras palabras, ser el cronista de la derrota católica.
«En aquel año los católicos éramos el tanto por ciento; después bajamos al tanto por ciento; ahora somos el tanto por ciento. De aquí a tantos años se calcula que seremos minoría. Así que, señores obispos vayan pensando qué hace con tantos templos que van a quedar desocupados». ¡Qué bonito papel para un «experto en sectas»!
Evidentemente, no le hice caso, me arremangue las mangas y me lancé a la ardua tarea de conscientizar al pueblo católico acerca del fenómeno sectario y la manera de hacerle frente. De hecho, donde se llegó a trabajar, las sectas se estancaron y empezó un flujo constante de ex católicos hacia la Iglesia.
Que bueno que haya expertos en estadísticas y en investigaciones para profundizar los distintos fenómenos sociales. Pero, hacer consistir en esto nuestro papel con relación al avance de las sectas, es un absurdo. Es tratar al pueblo católico como tierra de nadie. Pleno liberalismo religioso. «Vengan, inviertan en el pueblo católico sus recursos materiales y espirituales. Verán que sus esfuerzos serán redituables. Ni modo. Nosotros no contamos con los recursos suficientes para atender a nuestro pueblo. Vengan ustedes que tienen más experiencia en la evangelización y más recursos económicos. El pueblo católico está a su disposición. En el fondo todo es lo mismo, ecumenismo».
Por eso se llega a hablar de «maneras diferentes», «confesiones diferentes», como si se tratara de un simple problema de terminología y no de fidelidad a Cristo y a su Evangelio. A esos señores les digo: «En lugar de entregar el pueblo católico con tanta facilidad en las manos de estos falsos pastores, ¿por qué no hacen ustedes el esfuerzo por apacentarlo mejor tratando de ser más creativos? En lugar de pensar en la derrota, ¿por qué no hacen el intento de pensar en la victoria? ¿Acaso desconfían del poder de Dios para proteger a su Iglesia? ¿No será un problema de fe?»
Me temo que aquí está realmente la raíz de todo el problema: la falta de fe. En este caso, ni las palabras ni los métodos ni las más profundas elucubraciones teológicas podrán resolver nada. La enfermedad es más grave de lo que parece.
Actores,
no simple espectadores
No tenemos que abordar el problema de las sectas como simples espectadores, limitándonos a gritar, aplaudir o llorar. Tenemos que convencernos de que no se trata de una fatalidad, contra la cual no se puede hacer nada. Se trata simplemente de un momento difícil, en el cual se está luchando por adaptar al mundo de hoy el aparato ministerial de la Iglesia, propio de épocas pasadas y, por lo tanto, inadecuado para las circunstancias actuales. Pues bien, las sectas se están aprovechando de este momento de debilidad para atacarnos y sacar de la Iglesia a cuanta más gente sea posible.
Ahora bien, de parte nuestra, lo que tenemos que hacer es resistir a este embate, detener el avance las sectas, no perder terreno. Con el tiempo, seguramente la Iglesia se irá reestructurando, conjugando oportunamente la fidelidad al Evangelio y la respuesta a las exigencias del hombre de hoy.
Se trata de fe y entrega, ideas claras y compromiso. La historia no empezó ni termina hoy. Tenemos dos mil años de experiencia. Hemos superado crisis más graves.
Las sectas, al no tener pasado, se lanzan a la conquista religiosa del mundo, dando a la gente lo que la gente les pide. Tantas sectas cuantos gustos hay. Si les va bien, siguen adelante. Si les va mal, se deshacen y vuelven a presentarse con otro membrete. En ellas hay de todo: fervor religioso y fanatismo; convicción y lavado de cerebro; sinceridad e hipocresía; amor y odio... no como algo accidental, inherente a la naturaleza humana, sino como sistema de vida y método de conquista, se trata esencialmente de un Evangelio manipulado, adaptado al bienestar personal y a los fines proselitistas. Así que, las sectas no son tan buenas como quieren darnos a entender sus integrantes o algunos simpatizantes católicos. ¡Ay de nosotros, si San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán se hubieran dejado llevar por las estadísticas, los porcentajes o las tasas de crecimiento de los enemigos de la fe católica, sin mover ni un dedo para cambiar el rumbo de los acontecimientos!.
Al contrario, ellos creyeron en sí mismo, en su capacidad de «hacer historia», y se lanzaron. Y muchas cosas cambiaron.
Esto es lo que pretendemos hacer nosotros ahora; no ser simples espectadores, echándole la culpa al destino, a los tiempos, a los gobiernos, a los Estados Unidos o a la jerarquía eclesiástica por lo que está pasando.
Queremos, más bien, ser actores, intervenir, hablar, convencer, movilizar, ser antenas que reciben y transmiten señales, siempre listos para descubrir los «signos de los tiempo». Rechazamos, por lo tanto, la pasividad y el derrotismo. Nos oponemos a los falsos profetas, que dicen: «Seguridad y paz», cuando hay peligro y guerra. Estamos convencidos de que podemos y debemos cambiar el rumbo de los acontecimientos... influir en la historia.
Sano realismo
Dejémonos de pretextos. Que quede bien claro: no estamos en contra del dialogo. El problema consiste en el hecho que no todos aceptan el diálogo. Entonces, ¿Qué hacer con relación a los que no aceptan el diálogo y siguen poniendo en peligro la fe de nuestros hermanos católicos? ¿No se puede hacer nada? Aquí está el problema.
Si un ejército enemigo invade nuestras tierras, ¿qué tenemos que hacer?¿ es suficiente enviar embajadores, pidiendo la paz? ¿Y si no aceptan la paz y siguen avanzando? Decían los Romanos: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Pues bien, si queremos que las sectas dejen de molestarnos, tenemos que preparar a los católicos de manera tal que puedan «resistir» a sus embates, bien conscientes de identidad, como miembros de aquella única Iglesia que fundo Cristo y que llegará hasta el fin del mundo.
Diálogo con los que aceptan dialogar, sean cristianos (ecumenismo) miembros de las grandes religiones (diálogo interreligioso) o no creyentes; defensa de la fe con relación a los que atacan, sean cristianos, seguidores de las grandes religiones o no creyentes. De todos modos, el conocimiento de la propia identidad como católicos es siempre útil, sea para vivir mejor la propia fe, sea para dialogar y sea para defenderla de los que quieren atacar. En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera.
Otro error ha sido el de la perspectiva: se vio el problema desde arriba, como si se tratara de un asunto que habría que resolver entre las distintas autoridades religiosas o los exponentes de los grandes movimientos culturales. No se dieron cuenta de que los tiempos cambiaron ya no estamos como el tiempo de la reforma, cuando las cosas se solucionaban desde arriba entre autoridades civiles y religiosas. Hoy las decisiones se toman en la calle y cada uno decide por su cuenta. Por lo tanto, hay que enfocar el problema desde la base y no desde el vértice. Hay que cambiar de perspectiva. Hoy cada católico tiene que estar preparado para «dar razón de su esperanza» (1Pe 3,15).
Así que, seamos menos dogmáticos y más prácticos. Nos guste o no nos guste, es necesaria la defensa de la fe o apologética. Esta es como la ropa interior que nadie menciona, pero que todos necesitan. Dejémonos, por lo tanto, de falsos pudores y aprendamos a llamar las cosas por su nombre. En realidad, ¿qué es la apologética? Es el arte de defender la propia fe ante los ataques, vengan de donde venga. ¿Qué hay de malo en esto? ¿Nunca oyeron hablar de legítima defensa? Hace mal el que ataca, no el que se defiende. ¿O no?
Por lo tanto, si los demás están en contra de la apologética se sienten tan seguros de su fe, ¿por qué no hacen algo para ayudar a los débiles en la fe? Y si se sienten tan abiertos hacia los de afuera, ¿por qué no lo son hacia los de adentro, que tienen necesidades y opiniones diferentes?
Conclusión
Las sectas nos están invadiendo. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? Cuidado: si seguimos así, pronto nuestro continente, en lugar de ser el «continente de la esperanza», se podrá volver en el «continente de la pesadilla». Depende de nosotros luchar para que esto no suceda.
De un exceso a otro
¿Quién no recuerda a aquella afirmación tan incisiva y lapidaria: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación»? Claro que tenía su sentido profundo que habría que explicar. Se refería al aspecto objetivo de la salvación, que pasa por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, si alguien conscientemente rechazaba la Iglesia, se ponía al margen de la salvación. Sin embargo, dejada así la frase, sin ninguna explicación, parecería un gesto de repudio hacia cualquier otro camino de salvación y se volvía en la máxima expresión del triunfalismo católico.
De allí se pasó al lado opuesto. Se brincó de la Iglesia al Reino de Dios, se dio énfasis al concepto de «semillas del Verbo», presentes en cualquier cultura, y se relativizaron todos los caminos de salvación, haciendo de la Iglesia Católica un camino cualquiera en el conjunto de las grandes religiones y de las expresiones del mismo cristianismo. Al mismo tiempo y de una forma consciente, se vanificó el concepto de misión, vista como injerencia indebida y perturbadora de parte de la Iglesia en el camino que cada pueblo y cada cultura está recorriendo hacia Dios.
Según mi opinión, aquí esta una clave muy importante para interpretar la historia de la Iglesia en los últimos decenios, con el derrumbe del espíritu misionero y la pérdida de las defensas frente a las nuevas propuestas religiosas interpretadas siempre en un sentido positivo al interior de la misma Iglesia.
Los malos de la película
Y no faltaron los sofismas para justificarlo todo. Se dijo: «Si los católicos se salen de la Iglesia y se van con otros grupos religiosos, es porque allá encuentran algo mejor, como pasa cuando alguien deja de frecuentar un restaurant para ir a otro. Lo hace porque el otro restaurant le ofrece algo mejor».
Así que, «los demás ofrecen algo mejor»; «nosotros somos los malos de la película, ellos son los buenos». No se hizo ningún intento por buscar otras explicaciones al inquietante fenómeno del crecimiento sectario. No se alcanzó que detrás de una pantalla de bondad, había un proselitismo tenaz, feroz y sin escrúpulo, utilizando métodos ilícitos y hasta inmorales. Se llegó a crear la impresión de que lo que hacían las sectas era puro fervor religioso y espíritu misionero. Claro que, si algún católico hacía lo mismo, de inmediato era tachado de ser fanático y representar un peligro para la paz pública.
Examinando la historia, los católicos eran presentados como los verdugos y los demás como víctimas. Por lo tanto, era lógico pedirles perdón. Nunca sospecharon esos señores la posibilidad de que también del otro lado puedo haber habido alguna culpa y que por lo tanto ellos (sus sucesores evidentemente) se decidieran a pedir perdón.
Complejo de culpa, relativismo religioso, derrotismo, esfuerzo por justificarlo todo... derrumbe. Falsos profetas de ayer, hoy y siempre.
Palabrería inútil
Para muchos «expertos» en el problema de las sectas, casi todo se esfumó en una palabrería inútil: si era correcto hablar de sectas o era mejor hablar de nuevos movimientos religiosos libres; se estaba bien o era ofensivo hablar de sectas protestantes, puesto que el protestantismo era una cosa y las sectas otra, aunque tuvieran muchos elementos en común; si los grupos pentecostales podían llamarse sectas, puesto que su bautismo es válido y creen en la Trinidad; si no sería más conveniente utilizar la palabra, secta solamente para los grupos no cristianos, etc., etc.
Conclusión: «Cuando hablamos de sectas, nos estamos refiriendo solamente a los grupos no cristianos o semicristianos, como son los testigos de Jehová, los mormones y los adventistas del séptimo día. No nos estamos refiriendo a los grupos pentecostales o evangélicos, que son iglesias y con los cuales tenemos un diálogo ecuménico». Y no se dieron cuenta de que los pentecostales representan el 70% de las sectas que están presentes en América latina, y que el «Plan Amanecer» para la conquista evangélica del mundo, está hecho precisamente por lo «evangélicos».
Así que, seamos más sinceros y realistas, mis queridos «expertos». Dejemos a un lado los sofismas y vayamos a la realidad. Pan al pan y vino al vino. Además, ¿qué me importa a mi, se encaja mejor un palabra que otra? Aquí el problema es: «¿Cómo ayudar al católico a permanecer firme en su fe, sin dejarse confundir por otras propuestas religiosas?» Lo que sobra, viene del demonio y no sirve más que para confundir las cosas.
Crónica de una derrota anunciada.
Cuando los obispos de México me pusieron al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe), un «experto» en la materia me dijo:
«Tu tarea será la de tener al día las estadísticas acerca del avance de las sectas»;
en otras palabras, ser el cronista de la derrota católica.
«En aquel año los católicos éramos el tanto por ciento; después bajamos al tanto por ciento; ahora somos el tanto por ciento. De aquí a tantos años se calcula que seremos minoría. Así que, señores obispos vayan pensando qué hace con tantos templos que van a quedar desocupados». ¡Qué bonito papel para un «experto en sectas»!
Evidentemente, no le hice caso, me arremangue las mangas y me lancé a la ardua tarea de conscientizar al pueblo católico acerca del fenómeno sectario y la manera de hacerle frente. De hecho, donde se llegó a trabajar, las sectas se estancaron y empezó un flujo constante de ex católicos hacia la Iglesia.
Que bueno que haya expertos en estadísticas y en investigaciones para profundizar los distintos fenómenos sociales. Pero, hacer consistir en esto nuestro papel con relación al avance de las sectas, es un absurdo. Es tratar al pueblo católico como tierra de nadie. Pleno liberalismo religioso. «Vengan, inviertan en el pueblo católico sus recursos materiales y espirituales. Verán que sus esfuerzos serán redituables. Ni modo. Nosotros no contamos con los recursos suficientes para atender a nuestro pueblo. Vengan ustedes que tienen más experiencia en la evangelización y más recursos económicos. El pueblo católico está a su disposición. En el fondo todo es lo mismo, ecumenismo».
Por eso se llega a hablar de «maneras diferentes», «confesiones diferentes», como si se tratara de un simple problema de terminología y no de fidelidad a Cristo y a su Evangelio. A esos señores les digo: «En lugar de entregar el pueblo católico con tanta facilidad en las manos de estos falsos pastores, ¿por qué no hacen ustedes el esfuerzo por apacentarlo mejor tratando de ser más creativos? En lugar de pensar en la derrota, ¿por qué no hacen el intento de pensar en la victoria? ¿Acaso desconfían del poder de Dios para proteger a su Iglesia? ¿No será un problema de fe?»
Me temo que aquí está realmente la raíz de todo el problema: la falta de fe. En este caso, ni las palabras ni los métodos ni las más profundas elucubraciones teológicas podrán resolver nada. La enfermedad es más grave de lo que parece.
Actores,
no simple espectadores
No tenemos que abordar el problema de las sectas como simples espectadores, limitándonos a gritar, aplaudir o llorar. Tenemos que convencernos de que no se trata de una fatalidad, contra la cual no se puede hacer nada. Se trata simplemente de un momento difícil, en el cual se está luchando por adaptar al mundo de hoy el aparato ministerial de la Iglesia, propio de épocas pasadas y, por lo tanto, inadecuado para las circunstancias actuales. Pues bien, las sectas se están aprovechando de este momento de debilidad para atacarnos y sacar de la Iglesia a cuanta más gente sea posible.
Ahora bien, de parte nuestra, lo que tenemos que hacer es resistir a este embate, detener el avance las sectas, no perder terreno. Con el tiempo, seguramente la Iglesia se irá reestructurando, conjugando oportunamente la fidelidad al Evangelio y la respuesta a las exigencias del hombre de hoy.
Se trata de fe y entrega, ideas claras y compromiso. La historia no empezó ni termina hoy. Tenemos dos mil años de experiencia. Hemos superado crisis más graves.
Las sectas, al no tener pasado, se lanzan a la conquista religiosa del mundo, dando a la gente lo que la gente les pide. Tantas sectas cuantos gustos hay. Si les va bien, siguen adelante. Si les va mal, se deshacen y vuelven a presentarse con otro membrete. En ellas hay de todo: fervor religioso y fanatismo; convicción y lavado de cerebro; sinceridad e hipocresía; amor y odio... no como algo accidental, inherente a la naturaleza humana, sino como sistema de vida y método de conquista, se trata esencialmente de un Evangelio manipulado, adaptado al bienestar personal y a los fines proselitistas. Así que, las sectas no son tan buenas como quieren darnos a entender sus integrantes o algunos simpatizantes católicos. ¡Ay de nosotros, si San Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán se hubieran dejado llevar por las estadísticas, los porcentajes o las tasas de crecimiento de los enemigos de la fe católica, sin mover ni un dedo para cambiar el rumbo de los acontecimientos!.
Al contrario, ellos creyeron en sí mismo, en su capacidad de «hacer historia», y se lanzaron. Y muchas cosas cambiaron.
Esto es lo que pretendemos hacer nosotros ahora; no ser simples espectadores, echándole la culpa al destino, a los tiempos, a los gobiernos, a los Estados Unidos o a la jerarquía eclesiástica por lo que está pasando.
Queremos, más bien, ser actores, intervenir, hablar, convencer, movilizar, ser antenas que reciben y transmiten señales, siempre listos para descubrir los «signos de los tiempo». Rechazamos, por lo tanto, la pasividad y el derrotismo. Nos oponemos a los falsos profetas, que dicen: «Seguridad y paz», cuando hay peligro y guerra. Estamos convencidos de que podemos y debemos cambiar el rumbo de los acontecimientos... influir en la historia.
Sano realismo
Dejémonos de pretextos. Que quede bien claro: no estamos en contra del dialogo. El problema consiste en el hecho que no todos aceptan el diálogo. Entonces, ¿Qué hacer con relación a los que no aceptan el diálogo y siguen poniendo en peligro la fe de nuestros hermanos católicos? ¿No se puede hacer nada? Aquí está el problema.
Si un ejército enemigo invade nuestras tierras, ¿qué tenemos que hacer?¿ es suficiente enviar embajadores, pidiendo la paz? ¿Y si no aceptan la paz y siguen avanzando? Decían los Romanos: «Si quieres la paz, prepárate para la guerra». Pues bien, si queremos que las sectas dejen de molestarnos, tenemos que preparar a los católicos de manera tal que puedan «resistir» a sus embates, bien conscientes de identidad, como miembros de aquella única Iglesia que fundo Cristo y que llegará hasta el fin del mundo.
Diálogo con los que aceptan dialogar, sean cristianos (ecumenismo) miembros de las grandes religiones (diálogo interreligioso) o no creyentes; defensa de la fe con relación a los que atacan, sean cristianos, seguidores de las grandes religiones o no creyentes. De todos modos, el conocimiento de la propia identidad como católicos es siempre útil, sea para vivir mejor la propia fe, sea para dialogar y sea para defenderla de los que quieren atacar. En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera.
Otro error ha sido el de la perspectiva: se vio el problema desde arriba, como si se tratara de un asunto que habría que resolver entre las distintas autoridades religiosas o los exponentes de los grandes movimientos culturales. No se dieron cuenta de que los tiempos cambiaron ya no estamos como el tiempo de la reforma, cuando las cosas se solucionaban desde arriba entre autoridades civiles y religiosas. Hoy las decisiones se toman en la calle y cada uno decide por su cuenta. Por lo tanto, hay que enfocar el problema desde la base y no desde el vértice. Hay que cambiar de perspectiva. Hoy cada católico tiene que estar preparado para «dar razón de su esperanza» (1Pe 3,15).
Así que, seamos menos dogmáticos y más prácticos. Nos guste o no nos guste, es necesaria la defensa de la fe o apologética. Esta es como la ropa interior que nadie menciona, pero que todos necesitan. Dejémonos, por lo tanto, de falsos pudores y aprendamos a llamar las cosas por su nombre. En realidad, ¿qué es la apologética? Es el arte de defender la propia fe ante los ataques, vengan de donde venga. ¿Qué hay de malo en esto? ¿Nunca oyeron hablar de legítima defensa? Hace mal el que ataca, no el que se defiende. ¿O no?
Por lo tanto, si los demás están en contra de la apologética se sienten tan seguros de su fe, ¿por qué no hacen algo para ayudar a los débiles en la fe? Y si se sienten tan abiertos hacia los de afuera, ¿por qué no lo son hacia los de adentro, que tienen necesidades y opiniones diferentes?
Conclusión
Las sectas nos están invadiendo. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? Cuidado: si seguimos así, pronto nuestro continente, en lugar de ser el «continente de la esperanza», se podrá volver en el «continente de la pesadilla». Depende de nosotros luchar para que esto no suceda.
PLA APOLOGÉTICA HOY
COMO VIVIR LA PROPIA FE EN UNA SOCIEDAD PLURALISTA
Para que el católico pueda vivir su fe sin complejo de inferioridad ni zozobra, es necesario que Busque en sus raíces la razón más profunda de su seguridad e inspiración.
Cuidado con los fetiches
A veces me preguntan: «todo lo que usted anda haciendo, ¿está de acuerdo con el Concilio?», como si el Concilio Ecuménico Vaticano II fuera la última palabra en la historia de la Iglesia. Lo mismo pensaron antes acerca del Concilio de Trento y del Vaticano I. No se preocuparon por adecuarlos a las circunstancias del momento y su fidelidad a la letra del Concilio se volvió infidelidad hacia el hombre concreto.
El mismo peligro existe ahora con relación al Vaticano II. Hay que recordar que ya pasaron más de treinta años desde que se celebró el magno acontecimiento y ahora treinta años corresponden a trescientos años de las épocas pasadas, tan acelerado es el ritmo del cambio. Así que, mucho cuidado con hacer del Vaticano II un fetiche, que nos impida pensar para enfrentar con sentido de responsabilidad los retos del momento presente, escudándonos en la letra de sus documentos.
Vaticano II y sectas
Sencillamente el tema de las sectas no estuvo presente en el Vaticano II. Su preocupación fundamental fue el diálogo con las demás iglesias históricas con miras a favorecer la unidad, y el diálogo con las demás religiones y movimientos culturales, buscando la forma de colaborar con todos, para sanar heridas, sembrar esperanzas y construir una sociedad más solidaria y fraternal en un plan de igualdad, sin pretender privilegios, sino con el único afán de servir, a imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino para servir (Mt 20,28).
Sin duda, se trató de una grande tarea que exigió mucho esfuerzo y mucha entrega. Pero al mismo tiempo hubo una cierta euforia por el nuevo tipo de Iglesia que estaba naciendo, euforia aunada a una buena dosis de ingenuidad, que impidió ver la realidad en toda su amplitud.
En efecto, al tiempo del Vaticano II, ya existían las sectas y ya estaban procurando algún daño a los fieles católicos, especialmente en América Latina. Pero de eso no se habló en el Concilio. ¿Por qué? ¿Por un cierto complejo de inferioridad de parte de los obispos de América Latina? ¿Acaso no quisieron dar la impresión de ser unos aguafiestas en el conjunto de la euforia general?
Ciertamente algo faltó con relación al problema de las sectas, y es conveniente apuntar esto con toda claridad. Y esa falta causó grandes daños a la Iglesia del postconcilio, especialmente en América Latina. En realidad, aunque muchos se iban dando cuenta del problema representado por las sectas, de todos modos se aguantaron y no hicieron anda para enfrentarlo, por miedo a meterse en contra del Concilio o la Santa Sede. Cuando desde arriba empezaron a llegar señales de movilización, era ya demasiado tarde. Las sectas ya habían cundido en todos los ambientes.
La contra misión al ataque
Otro dato importante; mientras la Iglesia Católica bajaba la guardia y se abría hacia todos, se desató la Contra Misión oriental (hinduismo y budismo), musulmana y cristiana (las sectas), con un ansia proselitista incontenible y muchas veces ligada también a intereses de tipo político.
Frente a esta agresión inesperada, el católico de la calle quedó completamente indefenso y acomplejado, incapaz de realizar un verdadero diálogo, como se le venía inculcando desde arriba. Trató de abrirse y sucumbió.
Ecumenismo y diálogo interreligioso:
una receta inadecuada
Al sobrevenir la enfermedad de las sectas, se quiso utilizar la receta del ecumenismo y el diálogo interreligioso para hacerle frente y no funcionó. El enfermo, en lugar de mejorar se agravó mas. Es que la receta no era para el caso. Consecuencia: comunidades, que algunos decenios antes eran completamente católicas, cambiaron de rostro, interiormente desgarradas por la presencia de una enorme cantidad de sectas de origen y doctrinas muy variadas.
No obstante este fracaso evidente, muchos se obstinan en vez de oponerse a cualquier tipo de apologética. ¿Por qué? ¿Tal vez sueñan en una superiglesia, en la que todos tengan igual derecho de ciudadanía, considerando ya muerta y enterrada para siempre aquella única Iglesia que fundó Cristo y que confió a Pedro y los apóstoles? ¿O sueñan en un «milagroso» regreso a la sociedad monolítica del pasado, sin el actual problema de los grupos religiosos alternativos? ¿O implícitamente se reconocen incapaces de evangelizar a los alejados, que constituyen la gran mayoría del pueblo católico, dejando a las sectas esta tarea, convencidos de que los que se salen algún día de todos modos regresarán a la unidad, bien convertidos y en actitud fraternal?
Sin duda, en la Iglesia Católica muchos han entendido mal el ecumenismo y el diálogo interreligioso, como si todo fuera lo mismo (ecumenismo: todo lo mismo). Para ellos, en el fondo ser católico, ortodoxo, luterano, anglicano o pentecostal, sería lo mismo. Se oye decir: «Los evangélicos ¿no son reconocidos por la Iglesia?», como si el hecho de encontrarse en un diálogo ecuménico con la Iglesia representara para ellos un certificado de buena conducta o licitud, que los pusiera en plan de igualdad con la misma Iglesia. Con relación a los testigos de Jehová, los mormones y algún otro grupo, habría cierta reserva por el problema del bautismo o la santísima Trinidad.
En esta línea de pensamiento, se enfatizó demasiado el valor de las «semillas del Verbo» y el «Verbo en plenitud», el Reino de Dios y la Iglesia. Según ellos, todo sería cuestión de sinceridad, como si la sinceridad en la opción religiosa fuera el único signo de autenticidad, sin dar la debida importancia a la búsqueda de la verdad, como marca claramente el documento conciliar Dignitatis Humanae, dedicado al tema de la libertad de conciencia.
Vino nuevo
en odres nuevos
Que quede bien claro: no estamos en contra del ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios y los mismos métodos.
Acordémonos de la advertencia de Jesús: «Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas. Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.
Para enfrentar seriamente este problema, es necesario que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.
Sociedad del futuro:
pluralismo religioso cultural
Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre, que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad, en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad del diálogo ecuménico e interreligioso.
En este contexto, la apologética tendrá la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad. En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera de pensar antihistórica.
Es tiempo que toda nuestra catequesis esté enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.
Identidad católica
Para lograr esto, es fundamental que el católico conozca su identidad y no se deje desviar hacia aspectos marginales al enfrentar el problema religioso (ministros indignos, incumplimiento de parte de muchos feligreses, etc.). Es importante aclarar que una cosa es el aspecto esencial (dogmático) y otra cosa es el aspecto pastoral; una cosa es el contenido y otra cosa es la envoltura. Ahora bien, la Iglesia Católica es aquella única Iglesia que fundó Cristo y llegará hasta el fin del mundo, aunque en el momento actual tenga problemas de tipo pastoral, al tratar de adecuar su aparato ministerial a los tiempo actuales.
Como es fácil notar, se trata de aspectos secundarios, cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar; no se trata de algo esencial. Por lo tanto, es incorrecto dejarse llevar por estos nuevos grupos religiosos, porque cantan bien, entusiasman a la gente, usan mucha psicología, saben utilizar los medios masivos de comunicación, ayudan económicamente a la gente, etc.
No hay que pensar en la religión como en un mercado, donde cada uno puede escoger el producto que más le agrade. Más que fijarse en el aspecto exterior, hay que ir al fondo de las cosas, para no tener después desagradables sorpresas, como a menudo está sucediendo con las sectas.
La experiencia enseña que donde la gente conoce la diferencia entre la Iglesia Católica (la que fundó Cristo) y las sectas (grupos particulares, fundados por hombres), difícilmente un católico se deja confundir. Por lo tanto, es urgente que todos los católicos conozcan esta realidad y se sientan orgullosos de pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo.
Aquí no se trata de triunfalismo, sino de amor a la verdad, una verdad que hay que conocer y proclamar frente a todos, sin ningún tipo de complejos, sino con un espíritu de profundo agradecimiento al Señor por ser objetos de una lección libre y soberana de su parte. En esto precisamente tiene que consistir nuestra más profunda satisfacción y seguridad como nuestra entrega personal, nuestros cantos, el don de lenguas o de curación.
El club de los fariseos
Poner el acento sobre estos aspectos individuales y marginales, olvidando los aspectos esencialmente eclesiales, desvía al creyente hacia posiciones equivocadas, al estilo de los fariseos: «Gracias, Señor, porque no soy como los demás» (Lc 18, 11). En esta perspectiva, ya no importa conocer el origen de tal o cual grupo religioso, su ideología y los valores que proclama, sino la entrega del corazón y el testimonio de vida en aspectos puramente exteriores y sin una verdadera trascendencia: no tomar, no fumar, no comer carne de cerdo, pagar puntualmente el diezmo, desmayarse durante la oración, etc.
Se empieza con flirtear con los hermanos «entregados» de otros grupos religiosos, tratando de imitar sus modales, su manera de vestir y hablar y sintiéndose incómodos con los católicos «que no cumplen», «los del montón», «los ignorantes», «alejados de Dios», que son la mayoría. Para dar el toque definitivo a este esfuerzo imitativo, se lega hasta utilizar una biblia «evangélica», leer su literatura y usar un tono de voz «americanizado».
El elogio máximo que se pueda hacer a este tipo e católico es confundirlo con un «evangélico». «Ah no, te contestará; soy católico, pero estudio la biblia, me llevo muy bien con los evangélicos y no estoy de acuerdo con muchas cosas que se hacen en la Iglesia Católica». Ay de ti, si se te ocurre decir algo desfavorable con relación a los que dejan la Iglesia para entrar en alguna secta. Pronto se exalta: «Yo conozco a gente excelente, que se encuentra en otras denominaciones religiosas».
Y con esa mentalidad, no hacen nada para profundizar los fundamentos de la Iglesia Católica, felices de sentirse parecidos a los «evangélicos», «entregados a Dios» y «abiertos hacia los hermanos». A veces llegan hasta formar «comunidades ecuménicas», espontáneas, sin la asesoría de alguien preparado bíblica y teológicamente. Y entonces el flirteo se vuelve amorío, noviazgo y matrimonio, aceptando todo lo que el nuevo líder «inspirado» enseña, como si fuera la voz de Dios la Iglesia Católica y se consideran como definitivas las experiencias espirituales propias y del grupo. Y surge la nueva secta.
A este punto, se acaba el fervor ecuménico y empieza el proselitismo, el ansia de dar a conocer a todos el nuevo descubrimiento, el nuevo Cristo que se predica solamente en la nueva Iglesia recién estrenada. Y así el «club de los fariseos», preocupado por las apariencias y no por la esencia de las cosas, sigue engendrando divisiones, pasando, sin darse cuenta, de la apertura al fanatismo, del diálogo al monólogo y de la libertad a la esclavitud.
Masa y élite
En el fondo, el error que se está cometiendo en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad. En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo entre líderes católicos y líderes de otros grupos religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto. Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan de tal proceso.
No basta decir: «Amen a los que tengan otras creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia. De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con argumentos para rebatir los ataques de los demás.
Confusión dentro de la Iglesia
Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender.
En cierta ocasión una señora que había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío, pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto: «¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso predicador en busca de orientación.
Así que, «puesto que en una secta te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes». ¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia, santa católica y apostólica». Para él, todo era lo mismo, ecumenismo.
Otro sacerdote permitía que en el mismo templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas. «Fíjese, padre, que muchos católicos se están yendo con ellos», le advertían. «No se preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás sale sobrando. Ecumenismo».
«Padre, me ofrecieron un curso bíblico en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia». La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.
Si hubiera habido más sentido de responsabilidad de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias. Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos a intentar. En eso estamos.
Peregrino de la unidad
Por eso he decidido recorrer los países más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una bendición; para otros, un anuncio de muerte.
«No cabe duda que está cerca el fin del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro -le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes llega el fin».
¿Seré un nuevo don Quijote de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía? Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y espantando moscas. El futuro lo dirá.
Cuidado con los fetiches
A veces me preguntan: «todo lo que usted anda haciendo, ¿está de acuerdo con el Concilio?», como si el Concilio Ecuménico Vaticano II fuera la última palabra en la historia de la Iglesia. Lo mismo pensaron antes acerca del Concilio de Trento y del Vaticano I. No se preocuparon por adecuarlos a las circunstancias del momento y su fidelidad a la letra del Concilio se volvió infidelidad hacia el hombre concreto.
El mismo peligro existe ahora con relación al Vaticano II. Hay que recordar que ya pasaron más de treinta años desde que se celebró el magno acontecimiento y ahora treinta años corresponden a trescientos años de las épocas pasadas, tan acelerado es el ritmo del cambio. Así que, mucho cuidado con hacer del Vaticano II un fetiche, que nos impida pensar para enfrentar con sentido de responsabilidad los retos del momento presente, escudándonos en la letra de sus documentos.
Vaticano II y sectas
Sencillamente el tema de las sectas no estuvo presente en el Vaticano II. Su preocupación fundamental fue el diálogo con las demás iglesias históricas con miras a favorecer la unidad, y el diálogo con las demás religiones y movimientos culturales, buscando la forma de colaborar con todos, para sanar heridas, sembrar esperanzas y construir una sociedad más solidaria y fraternal en un plan de igualdad, sin pretender privilegios, sino con el único afán de servir, a imitación del Maestro, que no vino a ser servido sino para servir (Mt 20,28).
Sin duda, se trató de una grande tarea que exigió mucho esfuerzo y mucha entrega. Pero al mismo tiempo hubo una cierta euforia por el nuevo tipo de Iglesia que estaba naciendo, euforia aunada a una buena dosis de ingenuidad, que impidió ver la realidad en toda su amplitud.
En efecto, al tiempo del Vaticano II, ya existían las sectas y ya estaban procurando algún daño a los fieles católicos, especialmente en América Latina. Pero de eso no se habló en el Concilio. ¿Por qué? ¿Por un cierto complejo de inferioridad de parte de los obispos de América Latina? ¿Acaso no quisieron dar la impresión de ser unos aguafiestas en el conjunto de la euforia general?
Ciertamente algo faltó con relación al problema de las sectas, y es conveniente apuntar esto con toda claridad. Y esa falta causó grandes daños a la Iglesia del postconcilio, especialmente en América Latina. En realidad, aunque muchos se iban dando cuenta del problema representado por las sectas, de todos modos se aguantaron y no hicieron anda para enfrentarlo, por miedo a meterse en contra del Concilio o la Santa Sede. Cuando desde arriba empezaron a llegar señales de movilización, era ya demasiado tarde. Las sectas ya habían cundido en todos los ambientes.
La contra misión al ataque
Otro dato importante; mientras la Iglesia Católica bajaba la guardia y se abría hacia todos, se desató la Contra Misión oriental (hinduismo y budismo), musulmana y cristiana (las sectas), con un ansia proselitista incontenible y muchas veces ligada también a intereses de tipo político.
Frente a esta agresión inesperada, el católico de la calle quedó completamente indefenso y acomplejado, incapaz de realizar un verdadero diálogo, como se le venía inculcando desde arriba. Trató de abrirse y sucumbió.
Ecumenismo y diálogo interreligioso:
una receta inadecuada
Al sobrevenir la enfermedad de las sectas, se quiso utilizar la receta del ecumenismo y el diálogo interreligioso para hacerle frente y no funcionó. El enfermo, en lugar de mejorar se agravó mas. Es que la receta no era para el caso. Consecuencia: comunidades, que algunos decenios antes eran completamente católicas, cambiaron de rostro, interiormente desgarradas por la presencia de una enorme cantidad de sectas de origen y doctrinas muy variadas.
No obstante este fracaso evidente, muchos se obstinan en vez de oponerse a cualquier tipo de apologética. ¿Por qué? ¿Tal vez sueñan en una superiglesia, en la que todos tengan igual derecho de ciudadanía, considerando ya muerta y enterrada para siempre aquella única Iglesia que fundó Cristo y que confió a Pedro y los apóstoles? ¿O sueñan en un «milagroso» regreso a la sociedad monolítica del pasado, sin el actual problema de los grupos religiosos alternativos? ¿O implícitamente se reconocen incapaces de evangelizar a los alejados, que constituyen la gran mayoría del pueblo católico, dejando a las sectas esta tarea, convencidos de que los que se salen algún día de todos modos regresarán a la unidad, bien convertidos y en actitud fraternal?
Sin duda, en la Iglesia Católica muchos han entendido mal el ecumenismo y el diálogo interreligioso, como si todo fuera lo mismo (ecumenismo: todo lo mismo). Para ellos, en el fondo ser católico, ortodoxo, luterano, anglicano o pentecostal, sería lo mismo. Se oye decir: «Los evangélicos ¿no son reconocidos por la Iglesia?», como si el hecho de encontrarse en un diálogo ecuménico con la Iglesia representara para ellos un certificado de buena conducta o licitud, que los pusiera en plan de igualdad con la misma Iglesia. Con relación a los testigos de Jehová, los mormones y algún otro grupo, habría cierta reserva por el problema del bautismo o la santísima Trinidad.
En esta línea de pensamiento, se enfatizó demasiado el valor de las «semillas del Verbo» y el «Verbo en plenitud», el Reino de Dios y la Iglesia. Según ellos, todo sería cuestión de sinceridad, como si la sinceridad en la opción religiosa fuera el único signo de autenticidad, sin dar la debida importancia a la búsqueda de la verdad, como marca claramente el documento conciliar Dignitatis Humanae, dedicado al tema de la libertad de conciencia.
Vino nuevo
en odres nuevos
Que quede bien claro: no estamos en contra del ecumenismo ni del diálogo interreligioso. Si se abocan a lo que es su campo propio, no hay problema. El problema empieza cuando quieren acabar también el asunto de las sectas, utilizando los mismos criterios y los mismos métodos.
Acordémonos de la advertencia de Jesús: «Vino nuevo, en odres nuevos» (Lc 5,38). ¿Surge el problema de las sectas? Hay que ver cómo solucionarlo. No hay que hacer del diálogo un mito o una varita mágica. Hay que ser realistas. Se pecó de ingenuidad y allá están las consecuencias.
Para enfrentar seriamente este problema, es necesario que en cada comunidad exista un organismo especial, que se aboque al problema de las sectas con criterios y metodología propia, dando vida a una pastoral específica con relación al problema sectario.
Sociedad del futuro:
pluralismo religioso cultural
Sin duda, hay que luchar por la unidad y comprensión entre todos los hombres y especialmente entre los discípulos de Cristo. Es el grande deseo de Jesús antes de morir: «Oh Padre, que todos sean uno» (Jn 17,21). Pero soñar en un tipo de sociedad, en que ya no habrá divisiones por motivos religiosos, es sencillamente utópico. Siempre habrá divisiones y siempre será necesario luchar por la unidad y la comprensión. De ahí la necesidad del diálogo ecuménico e interreligioso.
En este contexto, la apologética tendrá la tarea de ofrecer a los feligreses las bases para seguir unidos en la Iglesia de Cristo y no dejarse confundir por cualquier viento de novedad. En una sociedad pluralista religiosa y culturalmente, el papel de la apologética sea siempre insustituible para dar seguridad a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, preocuparse solamente por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, convencidos de que algún día desaparecerá el fenómeno de los grupos religiosos alternativos, es una manera de pensar antihistórica.
Es tiempo que toda nuestra catequesis esté enfocada a formar al católico de manera tal que pueda vivir su fe en un contexto pluralista, sin zozobras ni complejos de inferioridad. Esto es ser realistas y no soñar en utopías irrealizables que en lugar de ayudar para la lucha, provocan frustración y desaliento.
Identidad católica
Para lograr esto, es fundamental que el católico conozca su identidad y no se deje desviar hacia aspectos marginales al enfrentar el problema religioso (ministros indignos, incumplimiento de parte de muchos feligreses, etc.). Es importante aclarar que una cosa es el aspecto esencial (dogmático) y otra cosa es el aspecto pastoral; una cosa es el contenido y otra cosa es la envoltura. Ahora bien, la Iglesia Católica es aquella única Iglesia que fundó Cristo y llegará hasta el fin del mundo, aunque en el momento actual tenga problemas de tipo pastoral, al tratar de adecuar su aparato ministerial a los tiempo actuales.
Como es fácil notar, se trata de aspectos secundarios, cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar; no se trata de algo esencial. Por lo tanto, es incorrecto dejarse llevar por estos nuevos grupos religiosos, porque cantan bien, entusiasman a la gente, usan mucha psicología, saben utilizar los medios masivos de comunicación, ayudan económicamente a la gente, etc.
No hay que pensar en la religión como en un mercado, donde cada uno puede escoger el producto que más le agrade. Más que fijarse en el aspecto exterior, hay que ir al fondo de las cosas, para no tener después desagradables sorpresas, como a menudo está sucediendo con las sectas.
La experiencia enseña que donde la gente conoce la diferencia entre la Iglesia Católica (la que fundó Cristo) y las sectas (grupos particulares, fundados por hombres), difícilmente un católico se deja confundir. Por lo tanto, es urgente que todos los católicos conozcan esta realidad y se sientan orgullosos de pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo.
Aquí no se trata de triunfalismo, sino de amor a la verdad, una verdad que hay que conocer y proclamar frente a todos, sin ningún tipo de complejos, sino con un espíritu de profundo agradecimiento al Señor por ser objetos de una lección libre y soberana de su parte. En esto precisamente tiene que consistir nuestra más profunda satisfacción y seguridad como nuestra entrega personal, nuestros cantos, el don de lenguas o de curación.
El club de los fariseos
Poner el acento sobre estos aspectos individuales y marginales, olvidando los aspectos esencialmente eclesiales, desvía al creyente hacia posiciones equivocadas, al estilo de los fariseos: «Gracias, Señor, porque no soy como los demás» (Lc 18, 11). En esta perspectiva, ya no importa conocer el origen de tal o cual grupo religioso, su ideología y los valores que proclama, sino la entrega del corazón y el testimonio de vida en aspectos puramente exteriores y sin una verdadera trascendencia: no tomar, no fumar, no comer carne de cerdo, pagar puntualmente el diezmo, desmayarse durante la oración, etc.
Se empieza con flirtear con los hermanos «entregados» de otros grupos religiosos, tratando de imitar sus modales, su manera de vestir y hablar y sintiéndose incómodos con los católicos «que no cumplen», «los del montón», «los ignorantes», «alejados de Dios», que son la mayoría. Para dar el toque definitivo a este esfuerzo imitativo, se lega hasta utilizar una biblia «evangélica», leer su literatura y usar un tono de voz «americanizado».
El elogio máximo que se pueda hacer a este tipo e católico es confundirlo con un «evangélico». «Ah no, te contestará; soy católico, pero estudio la biblia, me llevo muy bien con los evangélicos y no estoy de acuerdo con muchas cosas que se hacen en la Iglesia Católica». Ay de ti, si se te ocurre decir algo desfavorable con relación a los que dejan la Iglesia para entrar en alguna secta. Pronto se exalta: «Yo conozco a gente excelente, que se encuentra en otras denominaciones religiosas».
Y con esa mentalidad, no hacen nada para profundizar los fundamentos de la Iglesia Católica, felices de sentirse parecidos a los «evangélicos», «entregados a Dios» y «abiertos hacia los hermanos». A veces llegan hasta formar «comunidades ecuménicas», espontáneas, sin la asesoría de alguien preparado bíblica y teológicamente. Y entonces el flirteo se vuelve amorío, noviazgo y matrimonio, aceptando todo lo que el nuevo líder «inspirado» enseña, como si fuera la voz de Dios la Iglesia Católica y se consideran como definitivas las experiencias espirituales propias y del grupo. Y surge la nueva secta.
A este punto, se acaba el fervor ecuménico y empieza el proselitismo, el ansia de dar a conocer a todos el nuevo descubrimiento, el nuevo Cristo que se predica solamente en la nueva Iglesia recién estrenada. Y así el «club de los fariseos», preocupado por las apariencias y no por la esencia de las cosas, sigue engendrando divisiones, pasando, sin darse cuenta, de la apertura al fanatismo, del diálogo al monólogo y de la libertad a la esclavitud.
Masa y élite
En el fondo, el error que se está cometiendo en el campo del ecumenismo y del diálogo interreligioso (y en muchos otros aspectos de la vida eclesial) consiste en no haber entendido el papel que las bases juegan hoy en día en la vida de la Iglesia y la sociedad. En el caso concreto del problema religioso, no es cuestión de diálogo entre líderes católicos y líderes de otros grupos religiosos, como si el pueblo no existiera o estuviera compuesto por puros soldaditos, dispuestos a obedecer a cualquier señal que viniera desde arriba. Hoy, si queremos que algo tenga éxito en la práctica y no sólo en el papel, es necesario que el pueblo esté involucrado en todo el proceso de reflexión y elaboración del proyecto. Solamente así podrá comprometerse con las acciones que derivan de tal proceso.
No basta decir: «Amen a los que tengan otras creencias, platiquen con ellos, dialoguen». Hay que explicar a los católicos, a nivel de base, el sentido y el alcance de esta nueva orientación de parte de la Iglesia y prepararlos en concreto para el diálogo, conociendo la propia identidad y los puntos en controversia. De otra manera, los estamos enviando a la guerra sin armas. Por eso muchos en el intento de dialogar se pasaron al bando opuesto, al no contar con argumentos para rebatir los ataques de los demás.
Confusión dentro de la Iglesia
Peor aún: muchos sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos han entendido mal el ecumenismo. He aquí algunos ejemplos. No cito nombres ni lugares para no ofender.
En cierta ocasión una señora que había estado algún tiempo en una secta y pensaba regresar a la Iglesia Católica por la lectura de algún libro mío, pidió consejo a un famoso predicador católico. Este le pregunto: «¿Dónde te entregaste a Cristo?» «En tal grupo evangélico», le contestó la señora. «Pues bien, sigue en aquel grupo», sentenció el famoso predicador católico. Esta respuesta dejó completamente desconcertado a la señora y a sus amigos, que la habían llevado al famoso predicador en busca de orientación.
Así que, «puesto que en una secta te entregaste a Cristo, allá tienes que seguir», como si tratara de un negocio cualquiera. «Ellos te conquistaron, a ellos tienes que entregar al diezmo; les perteneces a ellos, no los defraudes». ¿Y la búsqueda de la verdad? ¿Y el deber de la conciencia de seguir la verdad conocida?
En otro lugar, supe de un sacerdote que nunca rezaba el credo durante la misa, por no creer en «una sola Iglesia, santa católica y apostólica». Para él, todo era lo mismo, ecumenismo.
Otro sacerdote permitía que en el mismo templo parroquial se llevaran a cabo campañas evangélicas. «Fíjese, padre, que muchos católicos se están yendo con ellos», le advertían. «No se preocupen -les contestaba-. Basta seguir a Cristo. Todo lo demás sale sobrando. Ecumenismo».
«Padre, me ofrecieron un curso bíblico en la casa. ¿Qué hago?», le preguntaba una señora a su párroco. «Acéptalo -fue la respuesta-. Todo es palabra de Dios. Después podrás enseñarlo en la Iglesia». La señora aceptó el curso, se hizo testigo de Jehová y ahora es enemigo mortal de aquel sacerdote y de todos los católicos.
Si hubiera habido más sentido de responsabilidad de parte de muchos pastores de la Iglesia, las sectas no habrían avanzado tanto. Muchos pastores se durmieron, se descuidaron o no supieron orientar oportunamente a los feligreses y ahí están las consecuencias. Ahora, rehacer el camino resulta demasiado difícil. Pero lo vamos a intentar. En eso estamos.
Peregrino de la unidad
Por eso he decidido recorrer los países más afectados por el problema de las sectas para orientar, organizar y movilizar a los católicos más preocupados por la suerte de sus hermanos frente al embate sectario. Para muchos, mi llegada es una bendición; para otros, un anuncio de muerte.
«No cabe duda que está cerca el fin del mundo», declaraba un testigo de Jehová, sorprendido al ver a los católicos realizar las visitas domiciliarias. «Claro -le contesté-, cuando los católicos despiertan, para ustedes llega el fin».
¿Seré un nuevo don Quijote de la Mancha, recorriendo pueblos y aldeas en pos de una utopía? Es posible. Lo cierto es que en todas partes se despiertan esperanzas y surgen nuevos Sancho Panza, que siguen mis pasos, cabalgando burritos y espantando moscas. El futuro lo dirá.
LA APOLOGÉTICA HOY
DAVID CONTRA GOLIAT
Capítulo 3Desde la indiferencia, el rechazo y la burla hasta la oficialidad: un camino lento y difícil. Sin embargo, no bastan las buenas palabras; se necesita más apoyo y compromiso. De todos modos, se avanza, puesto que se trata de un problema real, que representa un verdadero reto para nuestra pastoral.
Origen de una vocación
El mes de agosto de 1971 tomé contacto con algunos obispos de México para escoger una misión entre los indígenas. Por fin me decidí por San Felipe Usila, Oax., porque el mismo párroco, a conclusión de un largo conflicto con sus feligreses y el clero de la región, acababa de dejar la Iglesia Católica para fundar una propia de tipo pentecostal: «La Iglesia Independiente de Usila».
Estando así las cosas, era necesario aclarar de inmediato la diferencia entra la Iglesia Católica y las sectas. Y salió un folleto de unas 20-30 páginas con un millar de ejemplares, edición costeada completamente por el mismo arzobispo de Oaxaca, Mons. Ernesto Corripio Ahumada, que después fue promovido a la sede principal de México y nombrado Cardenal por el Papa Juan Pablo II.
Tratándose de una región muy aislada, con gente no acostumbrada a la tolerancia, el factor religioso actuó por algunos años como catalizador de toda la problemática local, enfrentando un grupo en contra del otro y causando verdaderos trastornos en toda la sociedad.
Por fin, con el pasar del tiempo las cosas fueron tomando su cauce normal, especialmente con la desintegración de la nueva Iglesia, que dio origen a una docena de grupúsculos con líderes e ideologías muy variadas y contrapuestas.
Aunque durante mi estancia entre los indígenas chinantecos (febrero de 1972 - octubre de 1976) mi preocupación principal fue la evangelización, evitando que el asunto de las sectas acaparara mi atención, de todos modos aquellas experiencias sirvieron para crear en mi una cierta sensibilidad acerca de la problemática sectaria, con sus secuelas de divisiones, sufrimientos y trastornos, a nivel personal, familiar y comunitario.
Movimiento Eclesial «Apóstoles de la Palabra»
Sin embargo, lo que me impulsó a orientar definitivamente mi atención hacia el fenómeno de las sectas, fue la constatación del enorme vacío que existe en nuestra pastoral con relación al proselitismo sectario, como pude ir comprobando poco a poco en los continuos contactos con los Apóstoles de la Palabra. Se trata de muchachos y muchachas, que da un servicio a la Iglesia durante un año como misioneros, dejándolo todo e integrándose al Movimiento «Apóstoles de la Palabra». Su finalidad es evangelizar mediante la Biblia, como se desprender del mismo nombre.
Pronto me di cuenta de la necesidad de enfrentar al mismo tiempo el problema de las sectas, puesto que en la reuniones que teníamos cada dos meses los jóvenes me preguntaban acerca del sábado, los animales puros e impuros, la virginidad de María, las imágenes... para dar una respuesta a los mormones, los testigos de Jehová, los pentecostales, etc., que trataban de confundirlos. Así que pronto decidí enfrentar con seriedad la problemática creada por la presencia de las sectas.
Empecé con algunos apuntes sobre los temas más urgentes, hasta que en mayo de 1983 salió el primer libro y el más importante de todos: «Diálogo con los Protestantes». Recuerdo que mi obispo, Mons. Guillermo Ranzahuer, al extender el imprimátur, me preguntó qué opinaba acerca de mi libro con relación a los demás, que ya empezaban a salir sobre el problema de a las sectas. «Mi libro es el mejor», fue mi respuesta inmediata, teniendo presente la amplitud del contenido y la sencillez del lenguaje. El obispo quedó muy asombrado por la conciencia clara que tenía acerca de lo que estaba haciendo.
Conferencia Episcopal Mexicana
Tres años después, envié una carta a todos los obispos de México, invitándolos a tomar en serie el problema de las sectas, organizando algo a nivel nacional y bajo su responsabilidad. Rápido se comunicó conmigo el obispo de Tampico Mons. Simansky, felicitándome de parte suya e invitándome a ponerme en contacto con el obispo de Cuernavaca, Mons. Posadas Ocampo, presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Lo mismo hizo Mons. Rafael García, obispo de Tabasco, diciéndome que había platicado el asunto con Mons. Posadas y que este quería verme lo más pronto posible. Lo que hice de inmediato. Conclusión: en la Asamblea de noviembre de 1986 los obispos de México decidieron que se estableciera un departamento ad hoc (para eso) en la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y que un servidor quedara al frente.
Menciono estos detalles por lo siguiente:
- Antes que nada, se trata del único caso que conozco que a nivel de Conferencia Episcopal, la pastoral relacionada con el problema de las sectas cuenta con un organismo específico, mientras normalmente esta pastoral está abocada al organismo dedicado al ecumenismo, con todas las dificultades que este hecho lleva consigo, al quererse dar el mismo tratamiento al protestantismo histórico y las sectas, que se encuentran en actitudes muy diferentes: ecumenismo para el protestantismo histórico y proselitismo para las sectas, aunque en nuestro ambiente la diferencia no es siempre tan marcada.- En segundo lugar, porque este hecho enseña que también desde la base se pueden lograr ciertos cambios dentro de la Iglesia y que, por lo tanto, no hay que esperarlo todo desde arriba.
Rápida difusión
Tratándose de un problema real y no de algo inventado por una cabeza calenturienta, pronto la chispa prendió en casi todas las diócesis de México y en unas treinta diócesis de Estados Unidos con una considerable presencia de latinoamericanos, especialmente mexicanos, que son los católicos más atacados por las sectas. En 1991 se empezó a trabajar en Italia, en 1993 en Centro América y a fines de 1994 en Sudamérica. En breve pensamos llegar a todos los países de América y del Caribe.
La manera de proceder es la siguiente: primero llega un servidor para tomar contacto con la jerarquía local, imprimir algún folleto y preparar el terreno para la llegada de un equipo de México. Al llegar este, empieza la labor propiamente dicha, como se señala en el Plan Despertar (Véase el folleto: Apologética y Ecumenismo, dos caras de la misma medalla; pág. 27).
Reacciones
Por lo general, los obispos se manifiestan muy conscientes acerca de la problemática creada por la presencia de las sectas y abiertos para una acción específica al respecto, aunque en la práctica su apoyo se limita a dar la aprobación y sugerir ciertas iniciativas.
A nivel de presbíteros, son minorías los que piensan en la necesidad de una acción específica para hacer frente al problema de las sectas; la mayoría cree que basta una evangelización genérica para resolver el problema, trabajando como si las sectas no existieran.
Las religiosas normalmente se limitan a quejarse de la presencia de las sectas, pero muy pocas sienten la necesidad de prepararse y hacer algo para ayudar a resolver el problema, y casi siempre a nivel personal y no de institución. En realidad, su preocupación primordial consiste en atender las obras que ya tienen a su cargo y que generalmente son de tipo asistencial o educativo. Las que se dedican a la catequesis de todos modos se sienten ya sobrecargadas de trabajo y no quieren más responsabilidad.
Los que de veras sienten en carne propia el problema y quieren hacer algo para resolverlo, son los laicos comprometidos y los seminaristas. Su mismo contacto con la gente con motivo de apostolado les exige más preparación al respecto. Por lo tanto, son los más abiertos para una capacitación específica acerca del fenómeno de las sectas. Existen seminarios en los cuales ya se implantaron cursos especiales sobre ecumenismo y sectas
Es aquí donde existen las mejores esperanzas para el futuro: seminaristas, laicos comprometidos y el pueblo en general.
Economía
Es el punctum dolens (punto que duele) de todo el asunto. Nadie quiere invertir en esto. A nivel de jerarquía solamente el arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, presidente del CELAM, Mons. Oscar Andrés Rodríguez, de inmediato puso a disposición del Movimiento Eclesial «Apóstoles de la Palabra» una casa de la diócesis como base para trabajar en el asunto de las sectas. Los demás, puras bendiciones. Así que, hay dinero para templos, escuelas, clínicas, huérfanos... pero no hay nada para preparar gente, que se dedique a poner un dique contra el avance de las sectas.
Y sin embargo, seguimos adelante. ¿Dónde está el secreto del éxito? En el autofinanciamiento. Pocos gastos, limitados a los pasajes y la edición del material. Con la poca ganancia que se logra y las limosnas que recibimos por los servicios que se logra y las limosnas que recibimos por los servicios que prestamos a las comunidades, avanzamos a otro país para implantar el sistema. Para hospedaje, sustento y salud provee la gente con la que se está trabando. En el fondo, es suficiente un cuarto en una casa parroquial, un colegio o casa particular.
Donde es posible, se hace el esfuerzo por contar con una sede propia, especialmente donde se maneja bastante material. Fuera de México, tenemos una sede propia solamente en la Ciudad de Guatemala, conseguida por la cooperación de todos los Apóstoles de la Palabra del Movimiento, y en Tegucigalpa (Honduras), prestada por el arzobispo, como se ha dicho anteriormente.
Material didáctico
Ya contamos con algo en folletos, libros, cassettes, videocasetes, programas de radio, etc. Se trata de un material práctico y sencillo, fruto de la experiencia más que de grandes investigaciones. Hay que ir adaptándolo y aumentándolo, según los lugares y las necesidades.
Aparte, y donde es posible, aprovechamos todas las oportunidades que se nos brindan para entrevistas y programas de radio o televisión. A veces grabamos programas (un servidor con los Apóstoles de la Palabra del lugar), que después son pasados al aire. No faltan organizaciones (por ejemplo, Lumen 2000, Prosan, El Minuto de dios, Hombre Nuevo, etc.), que nos invitan a grabar programas que después reparten a distintas estaciones.
Por lo general, nuestras intervenciones en los medio de difusión masiva tienen buena acogida y alcanzan un alto índice de audiencia por el mismo interés que suscita el problema.
A veces los seguidores de las sectas intervienen en los programas con preguntas hechas en forma agresiva. Al escuchar la respuesta quedan cuestionados y pronto dejan de molestar.
Naturalmente, se trata de unas cuantas gotas de agua en un inmenso océano. ¿Qué será si algún día podremos contar con más apoyo en este sector y con más gente preparada en el tema de las sectas y en el uso de los medio de comunicación masiva? Sin duda, será otro cantar para las sectas, que actualmente dominan el campo de la comunicación masiva.
Convicción y constancia
Lo que estamos haciendo para enfrentar directamente el problema de las sectas, sin duda es muy poco con relación a las necesidades del pueblo católico, que se siente acosado por todas partes por su acción proselitista y demoledora. Sin embargo, estamos satisfechos por el camino que hemos recorrido en tan poco tiempo. Si al principio hubiera podido existir alguna duda acerca de la conveniencia o eficacia de una acción específica de parte de la Iglesia con relación al problema de las sectas, ahora la experiencia ha demostrado que nos encontramos en el camino correcto, por donde tenemos que seguir, pase lo que pase.
Así que, bien vengan las burlas y los sarcasmos acerca de nuestra labor («¿De qué secta son ustedes?»; «¿De qué secta nos van hablar hoy?», «¿Cuál es la secta mejor?», etc.). Sepan que nos tienen sin cuidado. Sabemos perfectamente lo que estamos haciendo y hacia donde vamos.
Nos gusta soñar, pero con los pies bien puestos sobre la tierra. Día tras día, un paso tras otro, lograremos crear conciencia, despertar interés e inventar nuevos métodos para enfrentar al coloso que avanza siempre más y pretende arrasar con todo. Será la hazaña de David contra Goliat. En eso estamos y nadie nos va a detener. No hemos nacido hoy. Ya tenemos recorrido un buen trecho. Así que, sabemos lo que pretendemos y lo vamos a lograr.
Ni con las sectas,
ni contra las sectas
A veces me preguntan: “Usted, ¿trabaja con las sectas o en contra de las sectas?” Respuesta: “Ni con las sectas ni en contra de las sectas”.
En realidad, lo que pretendo es ayudar al católico a tener ideas claras acerca de su identidad (miembro de la Iglesia fundada por Cristo) y a no dejarse confundir por las mañas y artimañas de las sectas (animales puros e impuros, inminente fin del mundo, milagros a cada rato, etc.).
Con esta conciencia clara acerca de su identidad y la preparación necesaria para descubrir los engaños de las sectas, el católico no se deje perturbar por su acción proselitista; al contrario siente celo por ayudar a otros hermanos a permanecer firmes en la fe auténtica que nos viene desde Cristo y los apóstoles.
Si no se aclara todo esto por un malentendido ecumenismo, entonces se deja al católico en la incertidumbre y la duda, fácil presa de cualquier ideología religiosa, que no tiene nada que ver con el evangelio auténtico.
¡Lástima que «no todos entienden esto» y muchos católicos “ingenuos” se vuelven en «quintas columnas» al interior de la misma Iglesia en favor de las sectas!
No estamos solos
Con eso no queremos decir que somos los únicos en trabajar en el campo de las sectas. De hecho, por todos lados están surgiendo múltiples iniciativas al respecto. Lo que nos distingue es contar con toda una organización ad hoc (para eso), con personal capacitado, métodos propios y metas bien precisas. No se trata solamente de lanzar una que otra iniciativa y a ver qué pasa.
De todos modos, bienvenidos sean todos los que quieran trabajar en esta línea. Ojalá que algún día podamos lograr algún tipo de encuentro entre todos para intercambiar experiencias y afinar objetivos. Por desgracia, los múltiples intentos hechos en el pasado han naufragado miseramente. Que por fin podamos concretar algo al respecto.
Centros de investigación y documentación
Por el momento, veo que se hace extremadamente urgente ir organizando por todos lados centros de investigación y documentación acerca del fenómeno de las sectas; y más en general, acerca del fenómeno de la religiosidad alternativa, para ayudar a las comunidades católicas y especialmente a los agentes de pastoral a ser más sensibles frente a este «signo de los tiempos».
Hoy en día, ya no basta hablar de ecumenismo. El fenómeno del pluralismo religioso y cultural se está haciendo siempre más un hecho universal e irreversible, que poco a poco va a alcanzar a todos los grupos humanos en todas las latitudes. Por lo tanto, es una utopía antihistórica seguir soñando en una sociedad completamente católica con símbolos, valores e ideales aceptados por todos.
Los discípulos de Cristo poco a poco tenemos que ir acostumbrándonos a vivir nuestra fe en una situación de diáspora, siempre alerta para no dejarnos seducir por los encantos de las sirenas en turno y siempre dispuestos a compartir los valores auténticos, vengan de donde vengan.
En esta perspectiva se ve indispensable el surgimiento en la Iglesia de un ministerio nuevo, que se aboque al fenómeno de la religiosidad alternativa con miras, entre otras cosas, a una consejería espiritual oportuna, que ayude a superar las inevitables crisis de una sociedad cultural y religiosamente pluralista.
Así que, cuando hablamos de apologética, nos estamos refiriendo a una actividad mucho más amplia, compleja, necesaria y urgente de lo que nos podemos imaginar.
Origen de una vocación
El mes de agosto de 1971 tomé contacto con algunos obispos de México para escoger una misión entre los indígenas. Por fin me decidí por San Felipe Usila, Oax., porque el mismo párroco, a conclusión de un largo conflicto con sus feligreses y el clero de la región, acababa de dejar la Iglesia Católica para fundar una propia de tipo pentecostal: «La Iglesia Independiente de Usila».
Estando así las cosas, era necesario aclarar de inmediato la diferencia entra la Iglesia Católica y las sectas. Y salió un folleto de unas 20-30 páginas con un millar de ejemplares, edición costeada completamente por el mismo arzobispo de Oaxaca, Mons. Ernesto Corripio Ahumada, que después fue promovido a la sede principal de México y nombrado Cardenal por el Papa Juan Pablo II.
Tratándose de una región muy aislada, con gente no acostumbrada a la tolerancia, el factor religioso actuó por algunos años como catalizador de toda la problemática local, enfrentando un grupo en contra del otro y causando verdaderos trastornos en toda la sociedad.
Por fin, con el pasar del tiempo las cosas fueron tomando su cauce normal, especialmente con la desintegración de la nueva Iglesia, que dio origen a una docena de grupúsculos con líderes e ideologías muy variadas y contrapuestas.
Aunque durante mi estancia entre los indígenas chinantecos (febrero de 1972 - octubre de 1976) mi preocupación principal fue la evangelización, evitando que el asunto de las sectas acaparara mi atención, de todos modos aquellas experiencias sirvieron para crear en mi una cierta sensibilidad acerca de la problemática sectaria, con sus secuelas de divisiones, sufrimientos y trastornos, a nivel personal, familiar y comunitario.
Movimiento Eclesial «Apóstoles de la Palabra»
Sin embargo, lo que me impulsó a orientar definitivamente mi atención hacia el fenómeno de las sectas, fue la constatación del enorme vacío que existe en nuestra pastoral con relación al proselitismo sectario, como pude ir comprobando poco a poco en los continuos contactos con los Apóstoles de la Palabra. Se trata de muchachos y muchachas, que da un servicio a la Iglesia durante un año como misioneros, dejándolo todo e integrándose al Movimiento «Apóstoles de la Palabra». Su finalidad es evangelizar mediante la Biblia, como se desprender del mismo nombre.
Pronto me di cuenta de la necesidad de enfrentar al mismo tiempo el problema de las sectas, puesto que en la reuniones que teníamos cada dos meses los jóvenes me preguntaban acerca del sábado, los animales puros e impuros, la virginidad de María, las imágenes... para dar una respuesta a los mormones, los testigos de Jehová, los pentecostales, etc., que trataban de confundirlos. Así que pronto decidí enfrentar con seriedad la problemática creada por la presencia de las sectas.
Empecé con algunos apuntes sobre los temas más urgentes, hasta que en mayo de 1983 salió el primer libro y el más importante de todos: «Diálogo con los Protestantes». Recuerdo que mi obispo, Mons. Guillermo Ranzahuer, al extender el imprimátur, me preguntó qué opinaba acerca de mi libro con relación a los demás, que ya empezaban a salir sobre el problema de a las sectas. «Mi libro es el mejor», fue mi respuesta inmediata, teniendo presente la amplitud del contenido y la sencillez del lenguaje. El obispo quedó muy asombrado por la conciencia clara que tenía acerca de lo que estaba haciendo.
Conferencia Episcopal Mexicana
Tres años después, envié una carta a todos los obispos de México, invitándolos a tomar en serie el problema de las sectas, organizando algo a nivel nacional y bajo su responsabilidad. Rápido se comunicó conmigo el obispo de Tampico Mons. Simansky, felicitándome de parte suya e invitándome a ponerme en contacto con el obispo de Cuernavaca, Mons. Posadas Ocampo, presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Lo mismo hizo Mons. Rafael García, obispo de Tabasco, diciéndome que había platicado el asunto con Mons. Posadas y que este quería verme lo más pronto posible. Lo que hice de inmediato. Conclusión: en la Asamblea de noviembre de 1986 los obispos de México decidieron que se estableciera un departamento ad hoc (para eso) en la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y que un servidor quedara al frente.
Menciono estos detalles por lo siguiente:
- Antes que nada, se trata del único caso que conozco que a nivel de Conferencia Episcopal, la pastoral relacionada con el problema de las sectas cuenta con un organismo específico, mientras normalmente esta pastoral está abocada al organismo dedicado al ecumenismo, con todas las dificultades que este hecho lleva consigo, al quererse dar el mismo tratamiento al protestantismo histórico y las sectas, que se encuentran en actitudes muy diferentes: ecumenismo para el protestantismo histórico y proselitismo para las sectas, aunque en nuestro ambiente la diferencia no es siempre tan marcada.- En segundo lugar, porque este hecho enseña que también desde la base se pueden lograr ciertos cambios dentro de la Iglesia y que, por lo tanto, no hay que esperarlo todo desde arriba.
Rápida difusión
Tratándose de un problema real y no de algo inventado por una cabeza calenturienta, pronto la chispa prendió en casi todas las diócesis de México y en unas treinta diócesis de Estados Unidos con una considerable presencia de latinoamericanos, especialmente mexicanos, que son los católicos más atacados por las sectas. En 1991 se empezó a trabajar en Italia, en 1993 en Centro América y a fines de 1994 en Sudamérica. En breve pensamos llegar a todos los países de América y del Caribe.
La manera de proceder es la siguiente: primero llega un servidor para tomar contacto con la jerarquía local, imprimir algún folleto y preparar el terreno para la llegada de un equipo de México. Al llegar este, empieza la labor propiamente dicha, como se señala en el Plan Despertar (Véase el folleto: Apologética y Ecumenismo, dos caras de la misma medalla; pág. 27).
Reacciones
Por lo general, los obispos se manifiestan muy conscientes acerca de la problemática creada por la presencia de las sectas y abiertos para una acción específica al respecto, aunque en la práctica su apoyo se limita a dar la aprobación y sugerir ciertas iniciativas.
A nivel de presbíteros, son minorías los que piensan en la necesidad de una acción específica para hacer frente al problema de las sectas; la mayoría cree que basta una evangelización genérica para resolver el problema, trabajando como si las sectas no existieran.
Las religiosas normalmente se limitan a quejarse de la presencia de las sectas, pero muy pocas sienten la necesidad de prepararse y hacer algo para ayudar a resolver el problema, y casi siempre a nivel personal y no de institución. En realidad, su preocupación primordial consiste en atender las obras que ya tienen a su cargo y que generalmente son de tipo asistencial o educativo. Las que se dedican a la catequesis de todos modos se sienten ya sobrecargadas de trabajo y no quieren más responsabilidad.
Los que de veras sienten en carne propia el problema y quieren hacer algo para resolverlo, son los laicos comprometidos y los seminaristas. Su mismo contacto con la gente con motivo de apostolado les exige más preparación al respecto. Por lo tanto, son los más abiertos para una capacitación específica acerca del fenómeno de las sectas. Existen seminarios en los cuales ya se implantaron cursos especiales sobre ecumenismo y sectas
Es aquí donde existen las mejores esperanzas para el futuro: seminaristas, laicos comprometidos y el pueblo en general.
Economía
Es el punctum dolens (punto que duele) de todo el asunto. Nadie quiere invertir en esto. A nivel de jerarquía solamente el arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, presidente del CELAM, Mons. Oscar Andrés Rodríguez, de inmediato puso a disposición del Movimiento Eclesial «Apóstoles de la Palabra» una casa de la diócesis como base para trabajar en el asunto de las sectas. Los demás, puras bendiciones. Así que, hay dinero para templos, escuelas, clínicas, huérfanos... pero no hay nada para preparar gente, que se dedique a poner un dique contra el avance de las sectas.
Y sin embargo, seguimos adelante. ¿Dónde está el secreto del éxito? En el autofinanciamiento. Pocos gastos, limitados a los pasajes y la edición del material. Con la poca ganancia que se logra y las limosnas que recibimos por los servicios que se logra y las limosnas que recibimos por los servicios que prestamos a las comunidades, avanzamos a otro país para implantar el sistema. Para hospedaje, sustento y salud provee la gente con la que se está trabando. En el fondo, es suficiente un cuarto en una casa parroquial, un colegio o casa particular.
Donde es posible, se hace el esfuerzo por contar con una sede propia, especialmente donde se maneja bastante material. Fuera de México, tenemos una sede propia solamente en la Ciudad de Guatemala, conseguida por la cooperación de todos los Apóstoles de la Palabra del Movimiento, y en Tegucigalpa (Honduras), prestada por el arzobispo, como se ha dicho anteriormente.
Material didáctico
Ya contamos con algo en folletos, libros, cassettes, videocasetes, programas de radio, etc. Se trata de un material práctico y sencillo, fruto de la experiencia más que de grandes investigaciones. Hay que ir adaptándolo y aumentándolo, según los lugares y las necesidades.
Aparte, y donde es posible, aprovechamos todas las oportunidades que se nos brindan para entrevistas y programas de radio o televisión. A veces grabamos programas (un servidor con los Apóstoles de la Palabra del lugar), que después son pasados al aire. No faltan organizaciones (por ejemplo, Lumen 2000, Prosan, El Minuto de dios, Hombre Nuevo, etc.), que nos invitan a grabar programas que después reparten a distintas estaciones.
Por lo general, nuestras intervenciones en los medio de difusión masiva tienen buena acogida y alcanzan un alto índice de audiencia por el mismo interés que suscita el problema.
A veces los seguidores de las sectas intervienen en los programas con preguntas hechas en forma agresiva. Al escuchar la respuesta quedan cuestionados y pronto dejan de molestar.
Naturalmente, se trata de unas cuantas gotas de agua en un inmenso océano. ¿Qué será si algún día podremos contar con más apoyo en este sector y con más gente preparada en el tema de las sectas y en el uso de los medio de comunicación masiva? Sin duda, será otro cantar para las sectas, que actualmente dominan el campo de la comunicación masiva.
Convicción y constancia
Lo que estamos haciendo para enfrentar directamente el problema de las sectas, sin duda es muy poco con relación a las necesidades del pueblo católico, que se siente acosado por todas partes por su acción proselitista y demoledora. Sin embargo, estamos satisfechos por el camino que hemos recorrido en tan poco tiempo. Si al principio hubiera podido existir alguna duda acerca de la conveniencia o eficacia de una acción específica de parte de la Iglesia con relación al problema de las sectas, ahora la experiencia ha demostrado que nos encontramos en el camino correcto, por donde tenemos que seguir, pase lo que pase.
Así que, bien vengan las burlas y los sarcasmos acerca de nuestra labor («¿De qué secta son ustedes?»; «¿De qué secta nos van hablar hoy?», «¿Cuál es la secta mejor?», etc.). Sepan que nos tienen sin cuidado. Sabemos perfectamente lo que estamos haciendo y hacia donde vamos.
Nos gusta soñar, pero con los pies bien puestos sobre la tierra. Día tras día, un paso tras otro, lograremos crear conciencia, despertar interés e inventar nuevos métodos para enfrentar al coloso que avanza siempre más y pretende arrasar con todo. Será la hazaña de David contra Goliat. En eso estamos y nadie nos va a detener. No hemos nacido hoy. Ya tenemos recorrido un buen trecho. Así que, sabemos lo que pretendemos y lo vamos a lograr.
Ni con las sectas,
ni contra las sectas
A veces me preguntan: “Usted, ¿trabaja con las sectas o en contra de las sectas?” Respuesta: “Ni con las sectas ni en contra de las sectas”.
En realidad, lo que pretendo es ayudar al católico a tener ideas claras acerca de su identidad (miembro de la Iglesia fundada por Cristo) y a no dejarse confundir por las mañas y artimañas de las sectas (animales puros e impuros, inminente fin del mundo, milagros a cada rato, etc.).
Con esta conciencia clara acerca de su identidad y la preparación necesaria para descubrir los engaños de las sectas, el católico no se deje perturbar por su acción proselitista; al contrario siente celo por ayudar a otros hermanos a permanecer firmes en la fe auténtica que nos viene desde Cristo y los apóstoles.
Si no se aclara todo esto por un malentendido ecumenismo, entonces se deja al católico en la incertidumbre y la duda, fácil presa de cualquier ideología religiosa, que no tiene nada que ver con el evangelio auténtico.
¡Lástima que «no todos entienden esto» y muchos católicos “ingenuos” se vuelven en «quintas columnas» al interior de la misma Iglesia en favor de las sectas!
No estamos solos
Con eso no queremos decir que somos los únicos en trabajar en el campo de las sectas. De hecho, por todos lados están surgiendo múltiples iniciativas al respecto. Lo que nos distingue es contar con toda una organización ad hoc (para eso), con personal capacitado, métodos propios y metas bien precisas. No se trata solamente de lanzar una que otra iniciativa y a ver qué pasa.
De todos modos, bienvenidos sean todos los que quieran trabajar en esta línea. Ojalá que algún día podamos lograr algún tipo de encuentro entre todos para intercambiar experiencias y afinar objetivos. Por desgracia, los múltiples intentos hechos en el pasado han naufragado miseramente. Que por fin podamos concretar algo al respecto.
Centros de investigación y documentación
Por el momento, veo que se hace extremadamente urgente ir organizando por todos lados centros de investigación y documentación acerca del fenómeno de las sectas; y más en general, acerca del fenómeno de la religiosidad alternativa, para ayudar a las comunidades católicas y especialmente a los agentes de pastoral a ser más sensibles frente a este «signo de los tiempos».
Hoy en día, ya no basta hablar de ecumenismo. El fenómeno del pluralismo religioso y cultural se está haciendo siempre más un hecho universal e irreversible, que poco a poco va a alcanzar a todos los grupos humanos en todas las latitudes. Por lo tanto, es una utopía antihistórica seguir soñando en una sociedad completamente católica con símbolos, valores e ideales aceptados por todos.
Los discípulos de Cristo poco a poco tenemos que ir acostumbrándonos a vivir nuestra fe en una situación de diáspora, siempre alerta para no dejarnos seducir por los encantos de las sirenas en turno y siempre dispuestos a compartir los valores auténticos, vengan de donde vengan.
En esta perspectiva se ve indispensable el surgimiento en la Iglesia de un ministerio nuevo, que se aboque al fenómeno de la religiosidad alternativa con miras, entre otras cosas, a una consejería espiritual oportuna, que ayude a superar las inevitables crisis de una sociedad cultural y religiosamente pluralista.
Así que, cuando hablamos de apologética, nos estamos refiriendo a una actividad mucho más amplia, compleja, necesaria y urgente de lo que nos podemos imaginar.
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